TERESA

 

TERESA – 15/10/2024

Este magnífico cuadro de Santa Teresa de Ávila expresa bien lo que uno se imagina de la gran santa española.

El rostro es completamente impasible, la mirada tiene vida propia, por así decir, autónoma del rostro. De manera que mientras el rostro está átono, enjuto, la mirada tiene vida, está contemplando a lo lejos algo extraordinario.

Pero un par de ojos que se complacen en mirar a lo lejos lo que hay de más distante, así como la mirada del águila. Le gusta ver lejos, y que solo se satisface cuando se fija en lo más lejano del horizonte y se siente unido a él.

Está mirando un punto esplendoroso, magnífico. Se diría que está mirando un sol que no deslumbra. Como el sol tiene aquella llama y cambia de aspectos, así es lo que ella está considerando con admiración, con veneración, con una forma de amor que no es propiamente afecto sino es la completa entrega de sí y no quiere más que aquello que está mirando.

Por detrás de esa impasibilidad del rostro, por la posición de la cabeza sobre el cuello y del cuello sobre los hombros, forma una regla de tres.

Las personas muy coherentes tienen la cabeza puesta sobre el cuello de acuerdo con una armonía que coincide con el modo en que el cuello encaja en el cuerpo. Se diría que la cabeza está para el cuello como el cuello está para el cuerpo. Y que esta impostación caracteriza el empuje y el coraje.

Hay modos lamentables de poner la cabeza. Algunos de lo más lamentables. Un ejercicio interesante, cuando uno se quiere distraer un poco, caminando por la calle, especialmente cuando se va en coche, es ir haciendo la crítica del modo en que las personas ponen la cabeza. Vale la pena hacerlo.

Uno es el modo de poner la cabeza, otro es la manera en que se usan los brazos. Hay brazos que se tiene la impresión que están colgados perezosamente a lo largo del cuerpo y que la persona se sentiría más leve si no tuviese los brazos. Hay otros brazos que acompañan el andar y que tienen movimentación.

Todo eso es muy interesante observar, siempre que a uno le guste observar a los otros. A uno mismo también.

Pues bien, Santa Teresa de Jesús aquí, la cabeza, el cuello y el cuerpo toman una actitud de altivez, de altanería que parece que ella recibe esa dignidad de aquel a quien mira. Y que la mirada de ella y el rostro dicen lo siguiente: “yo solo temo Aquel a quien yo admiro, y con Él no temo absolutamente a nadie, ni nada que me pueda suceder, yo desafío a cualquiera. ¡No me perturbo porque Aquel a quien admiro es todo y vence todo, y por tanto vamos adelante!”.

Es la propia expresión de la reflexión, de la decisión y de la perseverancia. Ahí se comprende el comentario del impío Leibnitz cuando murió Santa Teresa. Escribió una carta contando las novedades del día a un amigo y dice: “consta que murió el gran hombre que es la monja española Teresa de Jesús”. Él era protestante, un horror de persona.

Aquí vemos un alma varonil, con nada del feminismo de hoy. Es la figura femenina, y tal vez también masculina, más próxima de la grandeza carolingia que se conoce. No hace falta decir nada más. En el ámbito femenino, es el Carlomagno. Parece la grandeza perfecta y acabada. Podría llamarse “Teresa de Jesús, la carolingia”. Magnífico elogio para Carlomagno…