CARTUJA –
09/10/2024
La Cartuja es
una Orden religiosa fundada en la Edad Media por San Bruno y los cartujos son
los monjes que vivían en esos monasterios aislados, en silencio y austeramente.
La primera
Cruzada fue predicada por el Papa Urbano II, cuya formación espiritual fue
impartida por San Bruno, amante de la soledad. Por tanto, en la base de ese
movimiento de gran actividad, encontramos el espíritu contemplativo. Las
Cruzadas son una de las mayores glorias de la historia de la Iglesia.
Despiertan el entusiasmo de los verdaderos católicos y la indignación de los
miembros de la antiglesia vaticana actual. Por ejemplo, el antipapa Roncalli,
alias “Juan 23”, las odiaba tanto que no podía soportar escuchar su nombre.
Llenan gran
parte de su jornada con oraciones y estudios, pero tienen otras obligaciones
cotidianas como hacer trabajos manuales, cuidar el huerto, cortar leña,
cocinar, limpiar, etc. Sin embargo, en medio de esa austeridad elaboraron un
licor delicioso llamado Chartreuse.
Sus estudios
deben estar enfocados a lo sobrenatural, pensando en asuntos relacionados con la doctrina católica, el
espíritu de la Iglesia, la teología, la filosofía, los documentos del
magisterio eclesiástico, toda su mentalidad y su espíritu vueltos para la vida
interior, hacia la contemplación, hacía las relaciones del alma con Dios. Sólo
se reúnen para cantar el oficio en la iglesia una vez por el día y otra de
noche, los domingos para la misa conventual y para la comida en el refectorio
mientras escuchan las lecturas señaladas por el superior. Solo puede hablar una
vez a la semana durante un paseo por el campo.
Todo eso está
relacionado con la temática Revolución y Contrarrevolución, como la cuestión de
la contemplación y la disipación. Una de las objeciones que se pueden hacer a
las ciudades modernas y del estilo de vida contemporáneo es exactamente la
ausencia de contemplación. El hombre de hoy carece de cierta actitud del
espíritu contemplativo. Claro que no se trata de tener el espíritu
contemplativo de un cartujo que vive aislado sino del hombre que, como rey de
todas las cosas creadas por Dios, debe tener una velocidad proporcionada con la
mente humana, debe operar oscilando entre los pensamientos más rápidos y los
más lentos.
La mente humana
equilibrada, en el proceso habitual de pensar, de captar impresiones y
sensaciones, requiere cierto reposo para que las cosas se decanten. A
continuación, analiza y forma un juicio preciso. Todo eso tiene un ritmo propio
que no puede ser transgredido.
Por ejemplo,
algunos grandes pintores, para terminar completamente sus obras de arte, pasan
años observando las cosas, pensando en ellas, decantando las impresiones, hasta
llegar a la concepción final que desean para sus obras.
Es necesario
respetar ese ritmo del espíritu humano. Pero al hombre moderno no le gusta ese
ritmo, él recibe una cantidad enorme de informaciones tan trepidantes que no
consigue asimilarlas. Faltándole la contemplación, vive disipado.
Se comprende la
belleza del cuadro de la Gran Cartuja, con hombres silenciosos, puestos en la
oración y en el sacrificio, pensando en las cosas de Dios y ofreciendo eso por
almas que ellos desconocen. Imaginemos el rigor del inverno, el rugir de los
vientos y de las tempestades en aquellas montañas.
La Cartuja
puede ser comparada a un inmenso turíbulo del cual subían continuamente al
Cielo los sacrificios de la oración y la penitencia. Hay algo de tranquilo,
sereno, crucificado y varonil en este estilo de vida, que realmente infunde
enorme veneración y respeto.