INFIERNO – 12/07/2025
El 13 de julio de 1917 la Virgen en Fátima mostró a los
tres pastorcitos el infierno donde van a parar eternamente las almas de los
condenados. Lucía, en la foto con Francisco y Jacinta después de la visión, contó
que la proyección de un haz de luz pareció penetrar en la tierra y vieron un
gran mar de fuego donde estaban sumergidos los demonios y las almas con forma
humana como si fuesen brasas transparentes y negras fluctuando entre las
llamas. Caían por todas partes igual que las pavesas en los incendios, sin peso
ni equilibrio, entre grandes gritos de dolor y desesperación que hacían temblar
de espanto. Los demonios se distinguían de las almas humanas por sus formas
horribles y repugnantes de animales desconocidos, como carbones en brasa.
También Josefa Menéndez, mística y religiosa del Sagrado
Corazón de Jesús, fallecida en 1923, durante su vida fue llevada al infierno
más de un centenar de veces y Nuestra Señora le explicó que todo lo que veía y sufría
de los tormentos infernales era para que pudiese darlos a conocer al mundo.
Un día experimentó lo que le pasa a una persona cuando
muere en pecado mortal. Inmediatamente es juzgada por Dios, se siente atrapada
y abochornada de tal manera que en un instante percibe con claridad lo que es
la santidad de Dios y como aborrece el pecado. Ve a modo de relámpago pasar
toda su vida ante sí. No se puede expresar la terrible confusión que el alma
siente en esa hora, en que ya está perdida para siempre. Instantáneamente se
lanza al infierno ella misma para desaparecer de la vista de Dios, poder odiarle y maldecirle. Se deja caer en un abismo cuyo fondo no se
puede ver, pues es inmenso. Enseguida se oyen a otras almas regocijarse viendo
sus tormentos con un sarcasmo lleno de dolor. Oír aquellos gritos horribles ya
es un martirio, pero nada es comparable en dolor a la sed de maldición que se
apodera del alma, y cuanto más maldice más aumenta esa sed. Hay largos
pasillos, cavidades, fuego. Aunque no se vean las formas corporales los
tormentos son como si los cuerpos estuviesen allí y las almas se reconociesen.
Los ruidos de confusión, gritos de rabia y desesperación mezclados con
blasfemias no cesan. Un nauseabundo olor asfixia y corrompe todo, es como el
quemarse de la carne putrefacta, mezclado con alquitrán y azufre, como si entrase
por la garganta un río de fuego que pasa por todo el cuerpo, como si apretasen
por detrás y por delante con planchas incandescentes, como si tirasen de los
ojos para arrancarlos, los nervios se ponen muy tensos, el cuerpo no puede
mover ni un dedo. Todos esos tormentos terribles no son nada comparados con el
sufrimiento indescriptible del alma. Algunos gimen a causa del fuego que quema
sus manos, quizás eran ladrones, otros maldicen sus lenguas, sus ojos,
cualquier miembro que fuese la ocasión con la que pecaron, además acusan a
otras personas. Vio a mucha gente mundana caer allí dentro, sus horribles
gritos: “estoy condenado para siempre, yo me engañaba a mí mismo, estoy
perdido”. Parecían vividores acostumbrados a los placeres del mundo. Un diablo
dijo a otro: “tenemos que ser muy cuidadosos para que no nos perciban.
Podríamos ser fácilmente descubiertos. Dejadlos que vayan a sus banquetes, el
amor al placer es la puerta por la que nos apoderaremos de ellos”, mientras de
fondo se oía bullicio de fiesta y tintineo de copas. Una niña de 15 años cayó
al infierno maldiciendo a sus padres por no haberle avisado de que existía ese
lugar…