TERESITA – 05/10/2024
La Iglesia enseña que la verdadera y plena santidad es el
heroísmo de la virtud. El honor de los altares no es concedido a las almas
hipersensibles, débiles, que huyen de los pensamientos profundos, del
sufrimiento pungente, de la lucha, de la cruz de Nuestro Señor Jesucristo en
definitiva. Recordando las palabras de su Divino Fundador, “el Reino de los
Cielos es de los violentos” (Mt. 11, 12), la Iglesia sólo canoniza a los que en
vida combatieron auténticamente el buen combate, arrancando el propio ojo o
cortando el propio pie cuando causaba escándalo, y sacrificando todo para
seguirle únicamente a Él.
En realidad, la santificación implica el mayor de los
heroísmos, pues supone no sólo la resolución firme y seria de sacrificar la
vida si fuere necesario para conservar la fidelidad a Jesucristo, sino más
todavía, la de vivir en la Tierra una existencia prolongada, si Dios quiere,
renunciando en todo momento a lo que más se quiere, para apegarse apenas a la
divina voluntad.
Cierta iconografía, lamentablemente muy frecuente,
presenta a los santos bajo un aspecto muy diferente: criaturas blandas,
sentimentales, sin personalidad ni fuerza de carácter, incapaces de ideas
serias, sólidas y coherentes, almas llevadas apenas por sus emociones y por eso
totalmente inadecuadas para las grandes luchas que la vida terrena trae siempre
consigo.
La figura de Santa Teresita del Niño Jesús fue
especialmente deformada por la mala iconografía. Rosas, sonrisas,
sentimentalismo inconsistente, vida suave, despreocupada, huesos de azúcar y
sangre de miel, es la idea que nos dan de la gran e incomparable santa.
Pero la Teresita auténtica es la fotografiada poco antes
de su muerte ocurrida el 30 de septiembre de 1897, a los 24 años de edad. La
fisonomía está marcada por la paz profunda de las grandes e irrevocables
renuncias. Los trazos tienen una nitidez, una fuerza, una armonía que sólo las
almas de una lógica de hierro poseen. La mirada habla de dolores tremendos,
experimentados en lo que el alma tiene de más recóndito, pero al mismo tiempo
deja ver el fuego, el aliento de un corazón heroico, dispuesto a avanzar cueste
lo que cueste.
Contemplando esta fisonomía fuerte y profunda, como sólo
la gracia de Dios puede transformar el alma humana, se piensa en otra faz: la
del Santo Sudario de Turín, que nadie podría imaginar. Entre el rostro del
Señor muerto, que es de una paz, una fuerza, una profundidad y un dolor que las
palabras humanas no consiguen expresar, y el rostro de Santa Teresita, hay una
semejanza imponderable pero inmensamente real.
No es de extrañar que la Sagrada Faz haya impreso algo de
sí en el rostro y en el alma de aquella que en religión se llamó precisamente
Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz.