FRANCISCO


 

FRANCISCO – 04/10/2024

El fresco de autor anónimo que vemos en el cuadro es la representación más antigua de San Francisco de Asís y se encuentra en el monasterio benedictino de Subiaco. Fue pintado en vida del santo, antes de haber recibido los estigmas. ¡Es una maravilla! Representa a un hombre de aproximadamente 30 años. La ciudad de Asís se encuentra en el centro de Italia, pero él, en esa representación se parece más al tipo humano del norte del país. Su fisonomía revela algo de germánico, un poco rubio, ojos claros, bigote y barba un tanto rosados. Su mano derecha toca ligeramente el brazo izquierdo. Nótese la fuerza y la lógica en las líneas de esa mano.

Su actitud es muy serena y calma, pero con mucha determinación. Por la impostación del rostro se nota su firmeza, trazos distendidos, pero sin ninguna moleza. La mirada es de una persona pensativa, en contemplación. Mucha fuerza de voluntad de alguien que desea aquello que contempla.

¡Fisonomía de una pureza impresionante! Un hombre casto por excelencia, temperante y vigoroso. Se comprende que le gustase leer a sus novicios historias de Caballería.

En determinado momento decidió cambiar de vida y abandonar el mundanismo de su juventud para ser exclusivamente de Nuestro Señor. Tocado por la gracia, comprendió que le era pedida la práctica de una pobreza mucho más radical de lo que Dios había inspirado a otros santos.

Existe una tendencia a mostrar la caridad casi exclusivamente como si fuera la virtud por la cual se busca sólo aliviar los sufrimientos del cuerpo, pero la primera caridad, la caridad verdadera y exenta del lodo de los afectos humanos, es la que se eleva directamente a Dios. Y el amor de Dios bien entendido no se limita a una adoración inerte y exclusiva, sino que se refleja sobre los hombres, criaturas del propio Dios. El verdadero amor al prójimo sólo se encuentra en las criaturas que tienen verdadero amor a Dios.

El cristianismo muestra el inmenso deseo que tuvo Dios Nuestro Señor de salvar nuestras almas. El verdadero amor al prójimo, por lo tanto, sólo puede ser entendido como un reflejo del amor de Dios.

Los hombres son animales racionales, dotados de un cuerpo material y mortal, y de un alma inmaterial e inmortal. La importancia del alma, evidentemente, es mucho mayor que la del cuerpo. Así, los males del alma, los pecados, las infidelidades de todo tipo, constituyen para el individuo un peso mucho más doloroso y mucho más terrible que todos los padecimientos físicos. Efectivamente, cuando muere el cuerpo, desaparecen con él todas las enfermedades, pero el alma no muere y pagará sus pecados eternamente.

No fue para salvar cuerpos que el Redentor vino al mundo y que Dios se hizo inmolar en expiación de los pecados de sus criaturas. No fue para salvar los cuerpos que la Iglesia fue instituida, ni es para salvar cuerpos que los sacramentos existen. Almas, almas y siempre almas, es lo que desea Jesús. Cuando curaba cuerpos, fue constantemente con el fin principal de salvar almas.

Y, al contrario, muchas veces envía grandes dolores físicos a algunas personas para inducirlas a la penitencia por medio del sufrimiento. Esto significa que Él permite que los cuerpos se enfermen para que las almas se salven.

Por consiguiente, las verdaderas obras de caridad en la vida activa no son únicamente aquellas que se destinan al alivio de los sufrimientos físicos, sino, y de manera especial, a curar las almas.

Es así como la entendía este santo de la pobreza y la caridad.