LEPANTO –
07/10/2024
El factor
diabólico, tan decisivo para propulsar la Revolución, depende completamente de
la Señora de todos los Pueblos. Basta que Ella fulmine un acto de imperio sobre
el infierno para que éste se estremezca, se confunda, se recoja y desaparezca
de la escena humana. Al contrario, basta que Ella, para castigo de los hombres,
deje al demonio un cierto margen de acción, para que progrese. Por tanto, los
enormes fautores de la Revolución y de la Contrarrevolución, que son
respectivamente el demonio y la gracia, dependen de su imperio y su dominio.
La
consideración de este soberano poder de la Señora nos aproxima a la idea de la
realeza de María. Es preciso no ver esa realeza como un título meramente
decorativo. Aunque sumisa en todo a la voluntad de Dios, la realeza de Ella
implica un auténtico poder de gobierno personal.
Imagínese un
director de colegio con alumnos muy insubordinados, a quienes el director les
castiga con una autoridad de hierro. Después de haberlos sometido al orden, se
retira diciendo a su madre: sé que gobernaréis este colegio de modo diferente
de cómo lo estoy haciendo ahora. Vos tenéis un corazón materno. Habiendo
castigado yo a estos alumnos, quiero ahora que los gobernéis con dulzura. Esa
señora va a dirigir el colegio como el director quiere, pero con un método
diverso del usado por él. La actuación de ella es distinta de la de él, pero,
no obstante, ella hace enteramente la voluntad de él. Ninguna comparación es
exacta, sin embargo, bajo cierto aspecto esta imagen ayuda a entender el
asunto.
Análogo es el
papel de la Madre de Dios como Reina del Universo. Nuestro Señor le dio un
poder regio sobre toda la creación, su misericordia, sin incurrir en
exageración alguna, llega sin embargo al extremo. Él la colocó como Reina del
Universo para gobernarlo, teniendo en vista especialmente al pobre género
humano decaído y pecador. Y es su voluntad que Ella haga lo que Él no quiso
hacer por sí mismo, sino por medio de Ella, regio instrumento de su amor.
Hay, pues, un
régimen verdaderamente marial en el gobierno del Universo. Y así se ve cómo
Nuestra Señora, aunque sumamente unida a Dios y dependiente de Él, ejerce su
acción a lo largo de la historia. Evidentemente Ella es infinitamente inferior
a Dios, pero Él quiso darle ese papel por un acto de liberalidad. Es María
quien, distribuyendo, ora más abundantemente la gracia, ora menos, frenando ora
más ora menos la acción del demonio, ejerce su realeza sobre el curso de los
acontecimientos terrenos.
En ese sentido,
depende de Ella la duración de la Revolución y la victoria de la
Contrarrevolución. Además de eso, a veces Ella interviene directamente en los
acontecimientos humanos, como lo hizo en Lepanto, hoy hace 453 años. En el
cuadro de Lucas Valdés espantando a los turcos durante la batalla mientras el
Papa San Pio V se lo pedía desde Roma.
¡Cuán numerosos
son los hechos de la historia de la Iglesia en que quedó clara su intervención
directa en el curso de los acontecimientos! Esto nos hace ver hasta qué punto
es efectiva su realeza.