PREVENTIVA –
18/10/2024
A quien ve la
historia con ojos de fe, y sabe discernir a lo largo de ella las intervenciones
de la Providencia a favor de la Santa Iglesia, le resulta impresionante la
coincidencia y armonía entre las misiones de dos grandes santos: San Luis María
Grignion de Montfort y Santa Margarita María Alacoque.
Ambos vivieron
en Francia, en un momento de capital importancia para la historia del mundo. En
lo más profundo de la sociedad francesa, los gérmenes oriundos de los grandes
movimientos ideológicos del siglo XVI continuaban desarrollándose
vigorosamente. Discretas todavía, las tendencias hacia el racionalismo, el
laicismo y el liberalismo se difundían como una corriente de agua impetuosa y
subterránea, en los sectores claves de la sociedad. Y el lento pero inexorable
ocaso de la aristocracia y de las corporaciones de artesanos y comerciantes,
coincidiendo con el ascenso cada vez más marcado de la burguesía, preparaba a
lo lejos la organización social que nacería en 1789.
En una palabra,
con mucho tiempo de antelación, pero ya con mucha fuerza, con una fuerza que
pronto se volvería humanamente casi irresistible, la Revolución se estaba
formando como un cáncer en las entrañas de un organismo que todavía permanecía
sano.
Procesos
históricos como este deben ser contenidos preferiblemente en su origen. Pues,
si se permite su desarrollo, se hacen cada vez más difíciles de yugular.
Así, es
importante resaltar que, precisamente en el momento en que una acción
preventiva parecía más oportuna y eficaz, la Providencia suscitó dos santos en
Francia con una evidente y especial misión en ese sentido. Misión que,
primordial y directamente, se dirigía a la nación primogénita de la Iglesia,
pero indirectamente beneficiaría al mundo entero, pues, si por una parte la
extinción in ovo de los gérmenes revolucionarios en Francia podría haber
evitado en todo el orbe las calamidades de la Revolución, por otra parte, un
triunfo insigne de la religión, ocurrido en el país líder de la Europa en el
siglo XVIII, podría haber tenido en la historia religiosa y cultural de la
humanidad repercusiones incalculables.
El reinado de
Luis XIV duro de 1643 a 1715. En el cuadro el Salón de los Espejos del Palacio
de Versalles en 1685. Santa Margarita María vivió de 1617 a 1690, y San Luis de
Montfort nació en 1673 y murió en 1716. Como se ve, fueron contemporáneos del
Rey Sol tanto la acción de la santa visitandina a la cual el Corazón de Jesús
comunicó sus mensajes de amor, como la predicación del apóstol angélico que
enseño la “Verdadera devoción a la Santísima Virgen”.
De estos
hechos, lo que nos importa retener, es que a partir de Paray le Monial, en el
centro geográfico de Francia, la Providencia quiso encender en el reino
cristianísimo un brasero de piedad y un foco ardiente de regeneración moral,
para evitar las calamidades que después sobrevinieron.
Al mismo
tiempo, la Providencia suscitaba en el oeste de Francia otro movimiento en el
mismo sentido. Los escritos del santo aluden a una crisis religiosa y moral de gran
envergadura, de la cual, como de una caja de Pandora, saldrían toda especie de
males. Vislumbró para su patria y para
toda la Iglesia grandes catástrofes, pero su mirada no se detuvo más que en las
esferas más profundas donde tales catástrofes se venían preparando. En todos sus libros la dialéctica es la
misma. Demuestra con argumentos que un católico no puede pactar con el espíritu
del siglo, y que toda posición de medio término, entre ese espíritu y la vida
de piedad, no es sino una peligrosa ilusión de los sentidos o del demonio.