TEMPESTAD


TEMPESTAD – 11/12/2024

Cuando el dogma de la Inmaculada Concepción fue proclamado por Pio IX hubo una verdadera tempestad en Europa. Una tempestad de odios, protestas e indignación, que incluyó no solo a los no católicos sino también a los católicos. Es decir, en muchos medios católicos hubo indignación por el hecho del dogma haber sido definido.

¿Cómo se explica ese furor? El contenido del dogma es que Nuestra Señora fue concebida sin pecado original desde el primer instante de su ser. Ahora, ¿por qué eso puede enfurecer a alguien?

Por el odio igualitario de ver una criatura colocada en el punto más alto en que una mera criatura pueda estar. Aún más tratándose de una mujer, y que, por tanto, el arbitrio de Dios se manifiesta de una manera mucho más relevante, porque escoge en el orden humano al elemento secundario, que es la mujer, y lo coloca en lo alto de toda la pirámide de la mera creación. Es decir, esto ya es algo que al igualitarismo le hiere enormemente.

Además, ellos se sienten también heridos por la idea de que esta criatura haya sido objeto de una excepción tan extraordinaria. Esa idea de la Señora sin pecado original, quebrando una regla universal, y colocada por tanto a una distancia enorme respecto a los demás hombres. A eso se suma otra cosa más que va contra la mentalidad vulgar que tiene odio a lo que es sublime.

La Virgen concebida sin pecado original, Madre de Dios, todo esto considerado en su conjunto, es una sublimidad de ser de tal manera pura, de tal manera inmaculada, de tal manera elevada por encima de todo lo que se pueda imaginar, tan virginal en lo más recóndito de su ser, porque no tiene ninguno de los impulsos que incluso en un santo pueden representar el aguijón de la carne, ni a esto está sujeta, porque fue concebida sin pecado original, es algo de tan transcendente, de tan elevado y tan requintado en materia de pureza, de tan diferente y excelso de la condición humana que queda presentada a nuestra admiración una figura inmensamente mayor que nosotros y por la que tenemos una idea de la sublimidad a la que Dios puede elevar una criatura y a la que nosotros no fuimos elevados. Esto trae para todo el género humano una especie de honra, de gloria, y nuestras miradas se elevan a un orden tan superior, que quiebra el prosaísmo de la vida cotidiana y, por la apetencia, por la sublimidad que crea, choca directamente contra el espíritu igualitario. Y como éste odia todo lo que es sublime, todo lo que es elevado, no solamente por ser igualitario, sino por el amor que tiene a lo vulgar, a lo banal, a lo trivial, cuando no es el amor a lo degradado. De ahí proviene que los revolucionarios tienen un verdadero odio contra la Inmaculada Concepción de María. Es el mismo odio que las personas movidas por el espíritu de las tinieblas tienen a los auténticos contrarrevolucionarios, un odio contra la virtud en los aspectos de pureza, compostura y dignidad. Esto les da un odio militante.