INEFFABILIS –
09/12/2024
En el cuadro
teológico de la Bula Ineffabilis Deus, en la que Pio IX proclamó el dogma de la
Inmaculada Concepción, se nos presenta como la vencedora gloriosa de las
herejías de la cual hablan todos los Pontífices. Y es a la oposición entre la
Virgen toda bella e Inmaculada y la cruelísima serpiente, que nos remite, como
a sus primeros y fundamentales agentes, al antagonismo radical entre los
católicos y la Revolución de los tiempos modernos, que tiene sus gérmenes más
activos y profundos en el desorden de las pasiones, fruto del pecado del hombre
decaído.
La Revolución,
organización social del pecado, está destinada a ser vencida por la gracia, don
divino concedido a los hombres en la Cruz por Nuestro Señor Jesucristo. La
Virgen Dolorosa, Regina Martyrum, Corredentora a los pies de la Cruz, por haber
sufrido sobre el Calvario, en unión con su Hijo, el mayor de los martirios.
Es en la Cruz
que se funda la mediación universal y omnipotente de la Señora de todos los
Pueblos, verdad que constituye la mayor razón de esperanza para todos aquellos
que combaten la Revolución. Si la serpiente, cuya cabeza fue aplastada por la
Virgen Inmaculada, es la primera revolucionaria, María, dispensadora y tesorera
de todas las gracias, es verdaderamente, el canal a través del cual los
católicos alcanzarán las gracias sobrenaturales necesarias para combatir y
aplastar la Revolución en el mundo.
La lucha entre
la serpiente y la Virgen, entre los hijos de la Revolución y los hijos de la
Iglesia verdadera, se delinea, pues, como la lucha total e irreconciliable
entre dos familias espirituales, como lo había profetizado en el siglo XVIII
San Luis María Grignion de Montfort, el santo al cual se debe la lectura tal
vez más inspirada y luminosa del pasaje del Génesis que constituye el punto de
apoyo de la Ineffabilis Deus: Pondré enemistades entre ti y la Mujer, entre tu
raza y la descendencia suya, Ella quebrantará tu cabeza, y tú andarás acechando
su talón.
Dios, comenta
San Luis María, no puso solamente una enemistad, sino enemistades, y no
solamente entre María y el demonio, sino también entre la posteridad de la
Santísima Virgen y la posteridad del demonio. En otras palabras, Dios puso
enemistades, antipatías y odios secretos entre los verdaderos hijos y siervos
de la Virgen María y los hijos y esclavos del demonio. ¡No hay entre ellos la
menor sombra de amor, ni existe correspondencia íntima entre unos y otros!
La oposición
entre estas dos familias espirituales está destinada a dividir implacablemente
la humanidad hasta el fin de la historia. Sobre este fondo de cuadro se sitúa
la lucha entre los católicos y la Revolución.