MILAGRO – 20/01/2025
En 1842 el joven judío Alfonso Ratisbone se encontraba de
viaje en Roma con su amigo, el barón de Bussieres, el cual le contó los
milagros que se estaban produciendo a través de la medalla Milagrosa revelada a
Catalina Labouré y le insistió en que se la colgase en el cuello además de
rezar la oración de San Bernardo, a lo que acabó accediendo. Al día siguiente,
20 de enero, ambos entraron en la iglesia de San Andrés y mientras el barón encargaba
una misa en la sacristía, Alfonso se quedó en el templo admirando las obras de
arte cuando de pronto un altar dedicado a San Miguel se llenó de luz y se le
apareció majestuosa la Virgen María, tal como está en la medalla que llevaba en
el cuello. Ella no le dijo nada, pero él lo entendió todo y se convirtió al
catolicismo.
En ese altar actualmente se encuentra el cuadro de la Virgen
del Milagro que vemos en la foto. Aparece con la frente tocada por una corona y
un resplandor circular de 12 estrellas. La fisonomía es discretamente
sonriente, con la mirada dirigida hacia quien esté arrodillado delante de Ella.
Muy afable, pero a la vez muy regia. Por el porte da la impresión de una
persona alta, delgada sin ser flaca, muy bien proporcionada y con algún
imponderable de la consciencia de su propia dignidad. Se tiene la impresión de
una reina, mucho menos por la corona que por toda su apariencia, por la mezcla
de grandeza y misericordia. La persona que la contempla tiende a quedar
apaciguada, serena, tranquila, como quien siente calmadas sus malas pasiones en
agitación. Es como si dijese: “Hijo mío, yo arreglo todo, no se atormente, aquí
estoy oyendo que necesita de todo, pero yo puedo todo y mi deseo es darle todo.
Por tanto, no tenga duda, espere un poco más y le atenderé abundantemente. Con
usted no tengo reservas, no tengo rechazos, no tengo recriminación por sus
pecados. Yo le estoy mirando con un estado de alma, con una disposición de
ánimo, por la cual usted puede conseguir todo lo que pida y aún mucho más”.
Ese apaciguamiento que comunica es un primer paso para que la persona se
quiera dejar maravillar, recibiendo esa misteriosa acción de la gracia,
comience a admirar y preguntarse qué es lo que expresa. El espíritu que se deja
influenciar por esa imagen queda sumamente propicio a la admiración. Tiene un cierto aire de misterio, pero suave
y diáfano. No es un misterio cargado, es un misterio que queda por detrás del azul
y no por detrás de las nubes. Nótese la impresión de pureza que el cuadro
transmite. Comunica algo del placer de ser puro, haciendo comprender que la
felicidad no está en la impureza, contrariamente a lo que mucha gente piensa. Es
lo contrario. Poseyendo verdaderamente la pureza, se comprende la inefable
felicidad que ella concede, al lado de la cual toda la pseudo felicidad de la
impureza es basura, tormento y aflicción. Es de notar también la humildad. Ella
revela una actitud de reina, pero haciendo abstracción de toda superioridad.
Trata a la persona como si tuviese proporción con Ella, siendo que nadie tiene
esa proporción, ni siquiera los santos. Sin embargo, si apareciese Nuestro
Señor Jesucristo, se arrodillaría para adorar a Aquel que es infinitamente
mayor. Ante un mundo que el demonio va arrastrando al mal, por el placer de la
impureza y del orgullo, la Milagrosa nos comunica el placer de la humildad, la
pureza y la admiración.