GRADUALIDAD –
13/01/2025
Lo que
caracteriza esta Revolución de cuatrocientos años en la que estamos es el
proceso eminentemente gradual de su desarrollo. En los siglos XVI, XVII y
XVIII, fue predominantemente religiosa, las instituciones políticas permanecían
más o menos intactas. Desde 1789 hasta finales del siglo XIX, fue esencialmente
política. A partir de entonces, invadió la economía, el único campo de la vida
social que le quedaba convulsionar. Paralelamente, de los siglos XVI al XVIII,
se pasó del cristianismo para el deísmo. El siglo XIX marcó el apogeo del
ateísmo, es propiamente el siglo del panteísmo. Por fin, del siglo XVI al siglo
XIX fue la era de la expansión del ideal divorcista. El siglo XX ha sido el
gran siglo de la expansión del amor libre.
Esta gran
Revolución no da saltos. Le llevó cuatrocientos años llegar a donde llegó. Y es
forzoso reconocer que parece estar muy cerca de su meta hoy en día.
Este es el
punto que importa retener, si queremos fijar una idea exacta sobre los días que
vivimos. Todas las tendencias niveladoras y revolucionarias de los siglos
pasados han llegado hoy al súmmum de su exasperación. No se puede ser más
radical en la línea del orgullo y de la revolución que proclamar la igualdad
entre Dios y los hombres, y la igualdad total de los hombres en el ámbito
político, económico y social. No se puede llevar la lujuria más lejos que
instituyendo el amor libre.
Es cierto que
estas tendencias aún no han alcanzado su triunfo completo. Para empezar por lo
secundario, observemos ante todo que, aún no es todo panteísmo, igualitarismo y
amor libre. Y, especialmente, observemos que aquí está la semilla de la
Contrarrevolución, en cierto sentido más frondosa que nunca, en el esplendor de
su santidad, de su unidad, de su catolicidad. Cuatro siglos de una embestida
ciclópea no le impidieron, en medio de infortunios e incontables dolores,
expandirse y dilatarse.
Un choque entre
la Revolución que no puede detenerse, no puede recular, y la Contrarrevolución
a la que no ha logrado vencer a pesar de todo, parece inevitable en nuestros
días. Otrora hubo serios enfrentamientos entre la Contrarrevolución y la
Revolución en sus varias etapas. Pero como el virus revolucionario no había
alcanzado la cima de su paroxismo, fue posible conseguir adaptaciones,
retrocesos, arreglos, sin dañar propiamente los principios. Hoy esto es
imposible, porque la exasperación revolucionaria ha llevado las cosas a tal
punto que no hay más posibilidad que la lucha de exterminio. No se necesitará
mucha perspicacia para discernir una relación entre este conflicto titánico y
la gran etapa de guerras y convulsiones que ya está entre nosotros. Las huestes
del anticristo rojo cubren todo el territorio que va desde Indochina hasta las
fronteras de Europa. Numerosos y organizados partidos socialistas se agitan en
las entrañas del mundo occidental. Además, las instituciones de los países
occidentales evolucionan hacia un socialismo que no es más que un comunismo
camuflado. La filosofía y la cultura de Occidente tienden hacia el panteísmo.
Pío XII
advertía de un sutil y misterioso enemigo de la Iglesia que se encuentra por
todas partes, sabe ser violento y astuto. En los últimos siglos intentó
realizar la disgregación intelectual y moral. Quiso la naturaleza sin la
gracia, la razón sin la fe, la libertad sin la autoridad, a veces, la autoridad
sin la libertad. Es un enemigo con una ausencia de escrúpulos que aún
sorprende: ¡Cristo sí, la Iglesia no! Después: ¡Dios sí, Cristo no! Finalmente,
el grito impío: ¡Dios está muerto y hasta Dios jamás existió!