CRISIS
– 08/01/2025
Las
muchas crisis que conmueven el mundo de hoy, del Estado, de la familia, de la
economía, de la cultura, etcetera, no constituyen sino múltiples aspectos de una
sola crisis fundamental, que tiene como campo de acción al propio hombre. En
otros términos, esas crisis tienen su raíz en los problemas más profundos de
alma, de donde se extienden a todos los aspectos de la personalidad del hombre
contemporáneo y a todas sus actividades.
Esa
crisis es principalmente la del hombre occidental y cristiano, es decir, del
europeo y de sus descendientes, el americano y el australiano. Ella también
afecta a los otros pueblos, en la medida en que a éstos se extiende y en ellos
echó raíces el mundo occidental. En esos pueblos tal crisis se complica con los
problemas propios de las respectivas culturas y civilizaciones y con el choque
entre éstas y los elementos positivos o negativos de la cultura y de la
civilización occidentales.
En
el siglo XIV comienza a observarse, en la Europa cristiana, una transformación
de mentalidad que a lo largo del siglo XV crece cada vez más en nitidez. El
apetito de los placeres terrenos se va transformando en ansia. Las diversiones
se van volviendo más frecuentes y más suntuosas. Los hombres se preocupan cada
vez más con ellas. En los trajes, en las maneras, en el lenguaje, en la
literatura y en el arte el anhelo creciente por una vida llena de deleites de
la fantasía y de los sentidos va produciendo progresivas manifestaciones de
sensualidad y molicie. Hay un paulatino perecimiento de la seriedad y de la
austeridad de los antiguos tiempos. Todo tiende a lo risueño, a lo gracioso, a
lo festivo. Los corazones se desprenden gradualmente del amor al sacrificio, de
la verdadera devoción a la Cruz, y de las aspiraciones de santidad y vida
eterna. La Caballería, otrora una de las más altas expresiones de la austeridad
cristiana, se vuelve amorosa y sentimental, la literatura de amor invade todos
los países, los excesos del lujo y la consecuente avidez de lucros se extienden
por todas las clases sociales.
Tal
clima moral, al penetrar en las esferas intelectuales, produjo claras
manifestaciones de orgullo, como el gusto por las disputas aparatosas y vacías,
por las argucias inconsistentes, por las exhibiciones fatuas de erudición, y
lisonjeó viejas tendencias filosóficas, de las cuales triunfara la Escolástica,
y que, una vez relajado el antiguo celo por la integridad de la Fe, renacían
con nuevos aspectos. El absolutismo de los legistas, que se engalanaban con un
conocimiento vanidoso del Derecho Romano, encontró en príncipes ambiciosos un
eco favorable. E igualmente se fue extinguiendo en grandes y pequeños la fibra
de otrora para contener al poder real en los legítimos límites vigentes en los
días de San Luis de Francia y de San Fernando de Castilla.