FISONOMÍA


 

FISONOMÍA – 29/10/2025

La Revolución es eximia en deformar a los ojos de la posteridad la verdadera fisonomía moral de los santos. Hubo un tiempo en que se servía de la injuria y de la mentira. Falsificando directamente los hechos históricos, procuraba denigrar este o aquel santo, para atacar así a la Iglesia. Pero la contraofensiva victoriosa de los historiadores católicos desmoralizó esta estrategia.

Se aplicó después una táctica diferente: la de la unilateralidad histórica. San Vicente de Paul fue atacado de modo especial por este procedimiento. Así, poniendo de relieve su caridad, verdaderamente angélica, se procuró ocultar su intrépida e inflexible combatividad contra el jansenismo. Resulta que la combatividad de los buenos es una virtud que la Revolución se empeña particularmente en evitar que los fieles conozcan y practiquen. Por esto trata de silenciarla en la vida de los santos. El éxito de esa maniobra es patente: el número de los que han oído hablar de las luchas de San Vicente contra el jansenismo es muy pequeño.

Hoy la antiglesia instalada en el Vaticano no quiere nada de ricos ornamentos, de relicarios valiosos, de lujosos edificios sagrados, como los antiguos palacios episcopales, por ejemplo. Esto no cuadra, dicen, con la caridad evangélica. Conviene dar todo el dinero a los pobres.

Como es sabido, la pobreza en Francia era frecuente en la época de San Vicente. Este no sólo obtuvo y distribuyó una cantidad inmensa de limosnas, sino que movió a muchos miembros de la nobleza y de la burguesía a visitar a los pobres, ayudándoles con dinero y con asistencia moral. Sin embargo, para el culto usó paramentos esplendidos, verdaderamente regios. Se manifiestan así dos aspectos armónicos de esa alma admirable.

En el cuadro de Jean Restout vemos a San Vicente de Paul, fundador de las Hijas de la Caridad, a San Francisco de Sales, obispo y príncipe de Ginebra, y a Santa Juana de Chantal, fundadora de las religiosas de la Visitación, ante Ana de Austria, reina de Francia.

Los tres santos tuvieron mucho contacto entre sí, y con Ana de Austria, Regente de Francia durante la minoría de edad de su hijo, Luis XIV. El pintor quiso perpetuar esas relaciones tan interesantes para la Iglesia y la Cristiandad por medio de un cuadro figurando un encuentro de esos grandes personajes.

En el centro de la escena está, en justo homenaje a la majestad real, Ana de Austria. Pero como a la santidad compete gloria mayor que a la propia corona, las figuras de mayor realce son los tres santos. San Francisco de Sales, obispo, príncipe, doctor ilustre, revestido de las insignias de su alto cargo, tiene en toda su persona algo de imponente y solemne, unido a una indefinible suavidad. San Vicente de Paul, sacerdote, se presenta sin pompa, pero con la dignidad y distinción de un ministro de Dios. Su rostro, su porte, parecen relucir de energía y dulzura. Santa Juana de Chantal, miembro de la Iglesia discente, aparece enteramente recogida en su austero habito de religiosa, en actitud de veneración ante tan ilustres y venerables personajes, pero todo hace ver en la humilde monja una gran alma, y sobre ella brilla una luz que ya es prenuncio de la gloria de los santos.

Desigualdades de todo tipo, de situación en la Iglesia y en la sociedad civil, de talento, y hasta de virtud, se presentan en este cuadro coexistiendo armónicamente. Tanto en la Iglesia como en la sociedad temporal no quiso Dios establecer la igualdad completa soñada por la Revolución.

¡Cómo esto es noble, digno, sereno, espiritual, santamente alegre!