CULTURA – 30/10/2025
Este es un tema del que se hablaba más en otro tiempo. Alguien
comentó con bastante chispa que la cultura es aquello que queda cuando la
persona se olvida de lo que leyó. Esto aparentemente puede parecer un poco
jocoso, pero no lo es considerando que la persona se impregnó de lo que leyó e
incorporó lo esencial, lo más importante, y olvidó lo secundario. 
Se dice de una persona que leyó mucho, que es muy culta,
por lo menos en comparación con otra que leyó poco. Y entre dos personas que
leyeron mucho, la que más leyó, se presume que sea la más culta. Como de sí, la
instrucción perfecciona el espíritu, es natural que, salvo razones contrarias,
se repute más culto quien haya leído más. El peligro de un error en este
asunto, nace del hecho de que muchas personas simplifican inadvertidamente las
nociones y llegan a considerar la cultura como mera resultante de la cantidad
de libros leídos. Error evidente, pues la lectura es provechosa, no tanto en función
de la cantidad, sino de la calidad de los libros leídos, y principalmente en
función de la calidad de quien lee, y del modo como lee. En otros términos, en
tesis, la lectura puede hacer hombres instruidos: tomamos aquí la palabra
instrucción en el sentido de mera información. Pero una persona que ha leído
mucho, que es muy instruida, o sea, informada de muchos hechos o nociones de
interés científico, histórico o artístico, puede ser mucho menos culta que otra
con un bagaje informativo menor. Es que la instrucción sólo perfecciona el
espíritu en toda la medida de lo posible, cuando es seguida de una asimilación
profunda, resultante de esmerada y detenida reflexión. Y por esto, quien leyó
poco, pero asimiló mucho, es más culto que quien leyó mucho y asimiló poco.
La cultura contiene siempre un elemento básico
invariable, esto es, el perfeccionamiento del espíritu humano. En el meollo de
la noción de perfección está la idea de que todo hombre tiene en su espíritu
cualidades susceptibles de desarrollo y defectos pasibles de represión. El
perfeccionamiento tiene pues dos aspectos: uno positivo, que significa
crecimiento de lo que es bueno y otro negativo, o sea, la poda de lo que es
malo. Por supuesto, la reflexión es el primer medio de esta acción positiva.
Pero, mucho y mucho más que un ratón de biblioteca, como representa el cuadro
de Carl Spitzweg, depósito vivo de acontecimientos, nombres y textos, el hombre
de cultura debe ser un pensador. Y para el pensador el libro principal es la
realidad que tiene delante de los ojos, el autor más consultado es él mismo, y
los demás autores y libros son elementos preciosos, pero nítidamente
subsidiarios. Sin embargo, la mera reflexión no basta. El hombre no es puro
espíritu. El esfuerzo cultural sólo es completo cuando la persona impregna todo
su ser de los valores que la inteligencia consideró. Por una afinidad que no es
sólo convencional, existe un nexo entre las realidades superiores que él
considera con la inteligencia y los colores, sonidos, formas y perfumes que
alcanza por los sentidos. El esfuerzo cultural sólo es completo cuando el
hombre embebe todo su ser, por estas vías sensibles, de los valores que su
inteligencia consideró. El canto, la poesía, el arte, tienen exactamente este
fin. Y es por una detenida, esmerada y superior convivencia con lo bello que el
alma se embebe enteramente de la verdad y el bien.
