VIOLENCIA –
24/01/2025
La historia del
Apóstol San Pablo es rica en pormenores sustanciosos y un trazo característico
de ella es que se trata de una historia de violencia. Fue un hombre violento en
la persecución de la Iglesia naciente que deseaba exterminar. Respiraba
violencia, deseo de exterminio y era famoso por ser enemigo radical de los
cristianos.
En el camino de
Damasco ocurrió un acontecimiento también violento cuando una luz venida del
cielo le hizo caer del caballo oyendo: Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues?
Cegado por el resplandor preguntó: ¿Quién eres, Señor? La respuesta fue: Yo soy
Jesús, a quien tu persigues. Replicó entonces: Domine, ¿quid me vis facere?,
Señor, ¿qué quieres que haga?
Curado de su
ceguera y recuperado de su caída quedó listo para la lucha. Dio un cambio
completo y estrepitoso, paso a predicar el nombre de Jesús, al que antes
perseguía. Es el adalid de la violencia, que cambia con toda radicalidad para
el lado del bien. Emprendió innumerables viajes apostólicos, enfrentó riesgos y
realizó conversiones extraordinarias. Con eso la Iglesia se expandió. Después
actuó violentamente contra el Imperio Romano, constituyendo el primer paso para
la caída del paganismo.
Hasta el final
de su vida fue santamente violento con relación a Dios Nuestro Señor. Exclamó:
combatí el buen combate, completé mi carrera, mantuve la fe y ya me está
reservada la corona de la justicia. Es una especie de atestado brillante que da
de su propia fidelidad. Es como un hombre con la conciencia tranquila se
presenta ante Dios.
Los católicos
decadentes calificarían eso como falta de humildad, pero como fue la
exclamación de un santo no les queda más remedio que quedarse callados. Al
católico relajado no le gustan las conversiones violentas, no le gusta pensar
en conversiones de hombres sabios, en conversiones de hombres que cambian las
cosas, pero son los violentos los que conquistan el reino de los Cielos.
Se debe pedir
esa santa violencia. Él lucho para derrumbar el paganismo. Se debe tener esa
violencia santa para derrumbar en nuestros días el mal que está en el auge, más
poderoso que el paganismo en su época.
La brasileña
ciudad de San Pablo, consagrada al Apóstol, tiene la vocación de tener esa
santa violencia, con el vigor, la fuerza, la intrepidez, la iniciativa, el
sentido organizativo propio de aquellos que deben desarrollar una amplia
acción, en cierto sentido imperialista, de ser el centro de la
Contrarrevolución mundial.