GEMA –
11/04/2025
El retrato que
vemos es el de Santa Gema Galgani que se hizo insigne por las excelsas visiones
y revelaciones que tuvo en la italiana ciudad de Lucca. Su proceso de
canonización revela una cosa muy curiosa: la persecución que ella sufrió por
parte del clero a causa precisamente de esas visiones.
Con el
sacrificio de la Cruz, Nuestro Señor Jesucristo redimió, por sí sólo, a toda la
humanidad. Sin embargo, como dice San Pablo, es necesario que completemos en
nosotros, lo que faltó a la Pasión de Cristo, esto es, que recemos, suframos y
luchemos para realizar lo que es indispensable para nuestra propia salvación.
En todas las
épocas, el Salvador escoge almas que se ofrecen como víctimas a la Justicia
Divina afrentada por los pecados de los hombres. Santa Gema tuvo la gracia de
ser una de esas almas víctimas. ¡Ah, misión grandiosa! Ella tuvo el privilegio
de recibir en su cuerpo los estigmas de la Pasión: las Santas Llagas de Nuestro
Señor. “Si de verdad
quieres amar a Jesús, en primer lugar, aprende a sufrir, porque el sufrimiento
te enseña a amar”, afirmaba.
Por misterioso
designio de Dios, también fue perseguida y atormentada por el demonio, que le
hacía sufrir mucho, pero con la ayuda de la Virgen María, de quien era gran
devota, salía siempre victoriosa en esas terribles batallas. Veía frecuentemente a su ángel de la
guarda que le daba consejos y le ayudaba.
Murió
santamente, a los 25 años, tal día como hoy de 1903 y es patrona de la
industria farmacéutica.
Su fisonomía
impresiona por la armonía de los rasgos, mientras la fisonomía de San Ignacio
impresionaba por la profundidad de la reflexión, el de ella más por su mirada
que tiene algo dirigido a lo alto, muy hacia arriba. Sus pensamientos no son de
esta Tierra. En su fisonomía hay algo de extraterreno. Eso se nota en la
altivez y pureza angelical, en el modo en que la cabeza está impostada sobre el
cuello: recta y sin ninguna pretensión. No lleva ningún tipo de adorno. Su pelo está simplemente
arreglado. Está muy limpia, pero no se nota nada que muestre el deseo de
adornarse. Su vestido es oscuro y simple. Sin embargo, revela una dignidad
extraordinaria, a la vez que una pureza virginal que se nota en algo de
impalpablemente resplandeciente en el cutis. Se diría que su piel tiene algo de
luminoso como también su mirada, la cual es de una rectitud completa. No es
como la mirada de San Ignacio, que era más la de un pensador, la de ella es de
una mística que ve, de una mística embebida de aquello que ve, en cuya mirada
se puede sospechar lo que ve. Cabe
resaltar la virtud de la fortaleza. Cuando la fe le ordena hacer algo, su
voluntad es inquebrantable. ¡Quiere servir a Dios, a la Señora de todos los
Pueblos, a la Iglesia católica, y ella sigue ese rumbo, cualesquiera que sean
los obstáculos! Es la representación física de la mujer fuerte descrita en la
Sagrada Escritura, de valor incalculable. Merece la pena ir hasta los confines
del universo para encontrarla, como una piedra preciosa.