CABALLERÍA –
31/07/2025
San Ignacio
vivió en una época en la que la tradición de la Caballería medieval aún
existía, e incluso era una tradición muy fuerte. Lo vemos en sus Ejercicios
Espirituales en aquella parábola del rey que es un gran guerrero, invita a
todos los caballeros a luchar, a ir con él, que es el primero en exponerse a
todos los sacrificios, y levanta la pregunta: ¿Quién es tan villano que
rechazará una invitación tan noble de un rey tan grande? Este argumento, que es
totalmente válido, tiene, sin embargo, un carácter feudal. Es la nota de
vasallaje que el noble guerrero tiene hacia su rey, y la felonía que existe en
el noble que se niega a seguir a su rey. Este noble guerrero es el caballero de
la Edad Media, cuando todo noble era caballero, y el caballero que no era noble
se convertía rápidamente en noble, los conceptos eran prácticamente
coincidentes.
Vemos otro
ejemplo cuando hace la meditación de las dos banderas. De nuevo, es el espíritu
de Caballería.
Pero la
Caballería había sufrido una adulteración, y ya no era, exactamente, la
Caballería de la Edad Media. Y eso en lo más importante. El rito por el cual se
armaba caballero, la degradación, el estilo de varonilidad seguía siendo el
mismo, pero lo que la Caballería tiene de más esencial, de más importante, que
es la dedicación a los intereses sobrenaturales, el servicio a Dios, a
Jesucristo, a Nuestra Señora, a la Santa Iglesia Católica, la renuncia a todas
las cosas del mundo para llevar una vida de lucha, de combatividad, eso
precisamente había desaparecido.
Y el caballero
ya no era el caballero de la Iglesia, salvo de manera indirecta y remota. Era
el caballero de una dama por la que iba a luchar, cuyos colores sostenía en un
torneo. Era el caballero de su rey, y esto, en los albores del nacionalismo.
Defendía a su país. La idea del caballero sagrado se estaba desvaneciendo, y la Caballería
o es sagrada o no es nada.
El significado
de su conversión fue precisamente ese. Él quería leer libros de caballería,
pero no los de la Caballería que contaban las gestas de la Caballería antigua
sino los de la caballería romántica, amorosa, patriótica, de la caballería
deturpada. Y, como esas novelas no existían en el castillo, acabó conformándose
con leer Vidas de Santos.
La idea de la
caballería no desapareció en absoluto de su mente. Pero pasó por una
sublimación. Fue la vuelta de la Caballería original e incluso la elevación a
una categoría superior de la que había tenido en el pasado.
Es decir, toda
su elevación espiritual fue una purificación del ideal de la caballería,
hacerla volver a sus antiguas raíces y ser una Caballería en el pleno sentido
de la palabra, más de lo que había sido anteriormente.
Quería rehacer
una Orden de Caballería, una Orden para la batalla, la lucha, la guerra. Siendo
consciente de que esta Orden tenía que luchar exclusivamente por la Iglesia,
por los valores espirituales, dejando a un lado cualquier preocupación de
carácter meramente humano o temporal. Así que hizo una Caballería que se oponía
a la degradación de la Caballería, y que era la restauración de la idea de la
lucha por el Rey Sagrado contra el hereje, su adversario. Era el retorno de la
sacralización de la Caballería.
Por otro lado,
esta Caballería que hizo no recibió el sacramental de Caballería, sino que
recibió mucho más que eso, un sacramento y no un sacramental, que es el
sacramento del Orden que confiere el sacerdocio.
Estos
sacerdotes guerreros debían ser guerreros a su manera. Es decir, sin
derramamiento de sangre, que no corresponde a un sacerdote, sino luchando según
la nueva lucha que había desatado el adversario. Luchando con la palabra, con
la predicación. Luchar en los seminarios, en los colegios, para formar
guerreros que reconquisten el mundo para Nuestro Señor Jesucristo.
Esta era la
idea de San Ignacio de Loyola, una sublimación de la Caballería. Una Compañía
en aquella época significaba un ejército, era un ejército de Jesús. En este
ejército de Jesús, el jefe era un general, era el Superior General que mandaba
en todo, la obediencia era una obediencia militar, el estilo del apostolado era
militante, combativo y guerrero. De ahí que la Compañía de Jesús fue muy
guerrera y guerreada, fue concebida como una verdadera Orden de Caballería.