NAVIDAD –
25/12/2024
Considerando
los hechos con gran perspectiva histórica, el día de Navidad fue el primer día
de la Civilización Cristiana.
Todas las
riquezas de esta civilización se contienen en Nuestro Señor Jesucristo como en
su fuente única, infinitamente perfecta, ya que la luz que comenzó a brillar
sobre los hombres en Belén habría de extender cada vez más sus claridades hasta
difundirse por el mundo entero transformando las mentalidades, aboliendo e
instituyendo costumbres, infundiendo un espíritu nuevo en todas las culturas,
uniendo y elevando a un nivel superior todas las civilizaciones.
¡Quién lo
hubiese dicho! No hay ser humano más débil que un niño. No hay habitación más
pobre que una gruta. No hay cuna más rudimentaria que un pesebre. Sin embargo,
este Niño, en aquella gruta, en aquel pesebre, habría de transformar el curso
de la Historia.
Junto al
pesebre está la Corredentora, Medianera y Abogada, la Señora de todos los
Pueblos, a quien podemos pedir la gracia incomparable del Reino de Dios. Todo
lo demás nos será dado por añadidura.
¡Oh, vosotros
que pasáis por el camino, parad y ved si hay dolor semejante a mi dolor!
exclamó el profeta Isaías, anteviendo la Pasión del Salvador y la compasión de
María. Pero él también podría haber dicho, profetizando las alegrías cristianas
perennes e indestructibles que la Navidad lleva a su auge: ¡Oh, vosotros que
pasáis por el camino, parad y ved si hay alegría semejante a la mía! Vosotros
que vivís voluptuosamente para el oro, que vivís tontamente para la vanagloria,
que vivís torpemente para la sensualidad, que vivís diabólicamente para la
rebeldía y para el crimen, parad y ved a las almas verdaderamente católicas,
iluminadas por la alegría de la Navidad, ¿Qué es vuestra alegría comparada con
la de ellas?
Paul Claudel
cuenta como se convirtió el día de Navidad de 1886 cuando fue sin muchas ganas
a la catedral de Notre Dame en París, apretujado y empujado por la multitud,
para asistir a las solemnes celebraciones. Los niños del coro vestidos de
blanco acompañados de los seminaristas cantaban el Magníficat. Estando de pie
entre la muchedumbre se produjo un acontecimiento que dominó toda su vida. En
un instante su corazón fue tocado y creyó con tal fuerza que no dejaba lugar a
dudas. De repente tuvo el sentimiento de la inocencia, de la eterna infancia de
Dios, de una revelación inefable, mientras el canto del Adeste Fideles
aumentaba su emoción.