GLORIA –
23/12/2024
Conviene
analizar el cántico angélico “Gloria a Dios en el Cielo y paz en la Tierra a
los hombres de buena voluntad” para participar debidamente en las fiestas de la
Santa Navidad.
En numerosas
ocasiones se oye hablar de paz y de hombres de buena voluntad, pero
curiosamente casi no se oye hablar de la gloria de Dios en el Cielo. Ni
siquiera implícitamente, pues implícitamente se habla de la gloria de Dios
cuando se afirman los derechos soberanos de Él sobre toda la Creación, y por
amor a Él se reivindica el cumplimiento de su Ley por parte de los individuos,
familias, grupos profesionales, regiones, naciones, y toda la sociedad
internacional.
¿Por qué este
silencio? ¿Por qué son tan pocos los hombres que se preocupan con la gloria de
Dios? ¿El hecho esencial del nacimiento del Señor sería sólo la paz en la
Tierra? ¿Y la gloria a Dios en los Cielos sería un aspecto secundario, lejano,
confuso e insípido para los hombres, en el gran acontecimiento de Belén? ¿La
paz de los hombres vale más que la gloria de Dios? ¿La Tierra vale más que el
Cielo? ¿El hombre vale más entonces que Dios? ¿Y la paz en la Tierra puede ser
obtenida y conservada sin que con esto tenga nada que ver la gloria de Dios?
¿Qué es un
hombre de buena voluntad? ¿Es el que sólo quiere paz en la Tierra, indiferente
a la gloria de Dios en el Cielo? Para tantos de nuestros contemporáneos es el
que tiene buena voluntad hacia el prójimo, ateo o adepto a cualquier religión,
favorable a la propiedad privada, al socialismo o al comunismo, que quiere que
todos los hombres vivan alegres, en la abundancia, sin enfermedades, sin
luchas, sin riesgos, aprovechando lo más posible la vida.
Visto en esta
perspectiva, el hombre de buena voluntad es un artífice de la paz. Dice el
refrán que “donde falta el pan, todos pelean y ninguno tiene razón”. Por lo
tanto, donde hay pan, hay paz, máxime si, además, hay techo, medicamentos,
seguridad, etc.
¿Y la gloria de
Dios? Para el “hombre de buena voluntad”, así concebido, es un elemento
superfluo para la paz en la Tierra, pues del adecuado ordenamiento de la
economía se deriva el buen orden en la vida social y política, y por lo tanto
la paz. Como algunos hombres creen en Dios, y otros no, y como entre los que
creen hay diversidad en el modo de entender a Dios, éste último puede actuar
como peligroso fautor de divisiones, discusiones y polémicas. Para tener paz en
la Tierra, es mejor no hablar sobre Dios y su gloria en el Cielo. ¡Y, además,
el Cielo es tan vago, tan lejano, tan incierto! Que de él hablasen los ángeles,
se comprende, pues ellos viven allí. Pero nosotros los hombres, preocupémonos
de la Tierra. Unir la gloria celeste a la paz en la Tierra es tan incorrecto
como unir la Iglesia y el Estado. La Iglesia libre del Estado, y el Estado
libre de la Iglesia. La paz terrena libre de implicaciones religiosas, y Dios
en su Cielo y su gloria, sonriendo con los brazos cruzados. Estas son las
consideraciones del “hombre de buena voluntad” cuyo corazón está lejos del
Cielo, y cuya mirada solo se detiene sobre la Tierra.
Entretanto,
¡cuánto divergen del sentido propio y natural del canto angélico! La Navidad da
gloria a Dios en los más alto de los Cielos y simultáneamente es la fuente de
la paz en la Tierra para los hombres de buena voluntad, no se puede disociar
una cosa de la otra. Sin que los hombres den gloria a Dios, no hay paz en el
mundo. Jesús, Dios humanado, es el Príncipe de la Paz. Sin Él la paz es una
mentira, y al final, todo se convierte en guerra. Y es porque los hombres no
comprenden esto, que buscan de todas las maneras la paz, pero la paz no habita
en medio de ellos.