MORISCOS –
23/09/2024
La toma de
Granada en enero de 1492 por parte de los Reyes Católicos no supuso el fin de
la amenaza musulmana sobre la Península. Las ventajosas condiciones de la
capitulación favorecieron la sublevación de los musulmanes del Albaicín
granadino a finales de 1499. Aunque la sedición fue sofocada, su ejemplo se
extendió por las zonas rurales, en especial por las regiones montañosas de las
Alpujarras y de la serranía de Ronda, obligando al propio rey Fernando a encabezar
las tropas que acabaron con la rebelión.
El castigo fue
severo, pero los rebeldes y sus descendientes, denominados desde entonces
moriscos, nunca renunciaron a sus rasgos identitarios, como la lengua árabe o
su particular vestimenta, en la que destacaba el velo usado por las mujeres.
Durante las
décadas siguientes, la tensa coexistencia entre moriscos y cristianos, sobre
todo entre el mundo urbano y el mundo rural, que vivía una difícil situación
económica, fue creando un ambiente propicio para la confrontación. De hecho,
era tal el convencimiento de que se produciría una sublevación de los moriscos
de Granada que ésta fue continuamente prevista a lo largo de toda la primera
mitad del siglo XVI.
La llegada de
Felipe II al trono en 1556 supuso una escalada en el problema morisco. El nuevo
clima de exaltación católica que impregnaba la política de la época y el
declinar de algunas casas nobles protectoras de la minoría morisca, como la de
Tendilla, favorecieron la radicalización ideológica y política de buena parte
de las autoridades reales. Por su parte, los moriscos también adoptaron
postulados muchos más radicales como respuesta a su creciente declive
económico.
En la noche de
Navidad de 1568, un grupo de oficiales reales que eran cristianos viejos, esto
es, de antepasados totalmente cristianos, fueron asesinados en la región de las
Alpujarras como respuesta a la presión real sobre aquella zona tan depauperada.
La noticia del suceso llegó rápidamente a Granada, donde la burguesía morisca
se declaró fiel a la Corona. En cambio, en las zonas rurales, donde la
situación económica era más desfavorable, la mecha de la rebelión prendió con
facilidad.
La guerra de
las Alpujarras fue uno de los conflictos más cruentos de la historia de España.
A partir del
otoño de 1569 el signo de la guerra cambió a favor de los cristianos. La
llegada de don Juan de Austria rebajó las tensiones internas en el bando real,
que ahora contaba con los tercios que aquel trajo de fuera de la Península.
Vencida la
resistencia morisca, la Corona decidió buscar una estrategia que le permitiera
zanjar definitivamente la cuestión morisca. En noviembre de 1570 se decretó la
deportación de los moriscos del reino de Granada, que fueron diseminados por
tierras de Castilla. La medida resultó insuficiente y sólo postergó unas
décadas el fin de la comunidad morisca en España, expulsada por Felipe III en
el año 1609.
En el cuadro de
Manuel Fernández deportaciones de los moriscos granadinos.
historia.nationalgeographic.com.es/a/guerra-alpujarras-gran-revuelta-moriscos-andalucia_18396