LUIS XIV –
17/09/2024
El epíteto de
Rey Sol correspondía a la realidad. Decía Mazzarino, que vivió en su más
absoluta intimidad, que en él había tapizado para cinco reyes. Tanto desde el
punto de vista físico como moral, Luis XIV representaba el tipo clásico de esos
reyes de fantasía, con los que ciertos cuentos suelen deslumbrar las
imaginaciones infantiles.
De una
hermosura viril y majestuosa, acentuada por una perfecta nobleza de porte y de
gestos, y por una indumentaria admirablemente escogida, fue el modelo supremo
de los caballeros de su tiempo. Las cualidades de inteligencia y carácter
estaban a la altura de ese magnífico físico. Su inteligencia era clara, vasta,
metódica e idealmente equilibrada. Su voluntad dotada de tal fuerza imperativa
que doblegaba cualquier obstáculo. De un soberano dominio sobre sí, no se
permitía manifestaciones extremas de cólera, de placer o de dolor. Por el
contrario, todos los acontecimientos le cogían siempre igualmente sereno,
igualmente grande, igualmente altanero. De tal manera su naturaleza se había
adaptado a las obligaciones del “oficio” de rey, que el protocolo era en él
como que connatural e incluso sus acciones más triviales denotaban la alta
noción que tenía de su dignidad y de sus deberes.
Cuando Dios da
a alguien cualidades naturales singularísimas, de cualquier tipo que sea, le
impone implícitamente responsabilidades onerosas. Se cuenta que los Jesuitas,
que educaron a Voltaire, impresionados con la inteligencia del niño, solían
decir que sería un santo o un demonio.
Luis XIV era
una de esas almas privilegiadas que Dios llama a grandes realizaciones y que,
por eso mismo, están en la inminencia de caer en los abismos más profundos,
caso de no corresponder a su vocación. Si hubiese querido ser un nuevo San
Luis, es probable que la Revolución Francesa no hubiera estallado, que la
pseudo reforma protestante hubiera sufrido desastres irreparables, y que el
curso de la historia, en lugar de correr por los precipicios por donde va,
hubiese tomado una orientación completamente diferente.
Pero Luis XIV
no quería ser un nuevo San Luis. Sensual, ávido de placeres, ambicioso y
extremamente vanidoso, sacrificó por su lujuria lo que debía ser su gloria,
tiempo, recursos y prestigio que Dios le había dado para un fin completamente
diferente. Depravando el reino con su mal ejemplo, provocando guerras con la
única intención de ampliar sus dominios, desuniendo entre sí las potencias
católicas entonces amenazadas por la expansión del protestantismo, y aliándose
hasta con los musulmanes contra el Sacro Imperio, faltó a sus más elementales
deberes de rey, y mereció la censura, en su época, de todos los franceses
verdaderamente católicos incluso entre aquellos que le eran más fielmente
partidarios.