BELLEZA – 10/11/2025
El influyente filósofo inglés Roger Scrutton, profesor
del Instituto de Ciencias Psicológicas de Virginia, indica un camino seguro y
simple para llegar a Dios a través de la belleza. No se refiere a la belleza de
las grandes obras de arte, ni al arte religioso, se refiere a la belleza de las
cosas de la vida cotidiana, a las formas naturales, a los paisajes cordiales.
Buscar la belleza desde en un amanecer hasta en el
cuidado que ponemos en nuestras casas. El hecho de poner orden en todo lo que
nos rodea, decorando y arreglando es un intento de crearnos confort, así como
de dar la bienvenida al prójimo. La necesidad de lo bello no es algo superfluo.
Muchos artistas contemporáneos se niegan a seguir ese
camino porque quizás intuyen que éste conduce a Dios. Hace un análisis
implacable de los cambios sufridos en el mundo del arte durante medio siglo de
negativismo. Pasaron a glorificar la fealdad, la brutalidad y la destrucción,
ensalzando cosas monstruosas, músicas de un mal gusto ofensivo o de una violencia
alocada. El culto a la frialdad y a la desacralización se afirma en esta época.
En presencia de las cosas sacrales somos juzgados y para escapar de ese juicio
destruimos lo que parece acusarnos.
Veamos este cuadro del pintor francés Claude Lorraín que presenta
una ciudad sin calles definidas, junto al mar, a la cual llegan navíos que
atracan y bajan las personas. No es el movimiento intenso y prosaico de los
muelles actuales. Alrededor de este escenario se siente el encanto del mar, del
navío que viene de un viaje que en aquel tiempo era casi tan arriesgado como
hoy es un viaje a la Luna. Llegando de esas tierras selváticas que entonces
eran América o Asia, cargando oro, piedras preciosas, joyas, porcelanas,
alfombras y especias. El muelle está rodeado de palacios, destacando la belleza
del mar, del palacio, de las riquezas que son descargadas, apuntando a la
belleza del viaje y del comercio.
El gran mérito de él era pintar una luz dorada venida de
un sol dorado que da la impresión de un aire levísimo, una atmósfera irreal tan
diferente de la polución de las megalópolis modernas. Parece que el hombre vive
allí en una atmósfera de vida superior, diáfana, agradable, toda bañada por un
ideal que viene del sol o del cielo. La persona se siente un poco habitante del
sol.
