La verdadera Santa Iglesia Católica considera la paz como
un bien inestimable, pero admite la guerra en algunos casos como un derecho y
en otros incluso como un deber sagrado.
Los pacifistas consideran la guerra como un mal intolerable
y, por tanto, la paz como un bien que a toda costa debe ser preservado.
Sobre la cuestión de la legitimidad de la guerra, demos
dos ejemplos clásicos. Uno es la legítima defensa. El otro es la guerra santa.
En el caso de la legítima defensa, la guerra es un derecho indiscutible. En el
caso de la guerra santa, no existe sólo un derecho, sino un deber.
Estos son los principios de la doctrina católica que se
sintetizan en un pensamiento de San Agustín: el más grave de los males de la
guerra no está en la mutilación o destrucción de cuerpos perecederos que, antes
o después, han de corromperse en las entrañas de la tierra, en la humilde
sombra de una tumba. El gran mal de la guerra es la ofensa que Dios recibe con
ella. Porque no se puede concebir un conflicto en el que ambas partes sean
totalmente inocentes. Al menos una de ellas tiene que ser culpable. Y la ofensa
que Dios recibe con la injusticia del agresor es, en el fondo, el mayor mal que
una guerra puede causar.
La paz obtenida a costa permitir la consumación de la
injusticia sería una suma injusticia a los ojos de Dios. Opus justitiae pax,
la paz es el fruto de la justicia.
Ahora bien, si la ofensa que Dios recibe con una agresión
injusta es grande, ¿qué decir de la ofensa por Él recibida con la victoria del
agresor y con la transformación de la injusticia en un estado de cosas estable
y duradero, que se convierta en una injuria permanente a la Divina Majestad? La
paz fruto de evitar la guerra permitiendo la consumación pacífica e incruenta
de la injusticia, cuando ésta podría evitarse con la reacción armada, esa paz
sería una suma injusticia a los ojos de Dios y el pueblo avasallado clamara
venganza con la misma vehemencia patética con que clamó venganza la sangre
inocente de Abel.
Así pues, imaginar cómo algunos imaginan que debemos a
toda costa evitar la guerra, aunque la paz así obtenida signifique la
injusticia campeando como el principio supremo del orden, es totalmente
contrario a la doctrina católica.