CORNELIO


CORNELIO – 13/03/2025

El renombrado exegeta y teólogo jesuita Cornelio a Lapide escribía sobre las Sagradas Escrituras en el Eclesiástico: “Después del reinado de Salomón, entre los héroes e ilustres varones de Israel se volvió eminente Elías, que extinguió con su celo y fuerza de alma, la idolatría y la impiedad introducidas por Salomón… Dios suscitó a Elías que, como fuego, ardía en celo por Dios y por la verdadera religión... Efectivamente el celo de Elías mató más idólatras de los que convirtió”.

Está en el espíritu de los hombres con mentalidad centrista decir que es más propio del católico construir que destruir. Por tanto, también es más propio el convertir que combatir. Y por causa de esto, más vale tener un espíritu de conciliación, de amabilidad, de afabilidad, un espíritu de confusión, de entrega, porque acaba en eso, y no combatir al adversario como debe ser combatido.

Pero Cornelio, cuya autoridad hace ley, trata de eso perfectamente bien y elogia a Elías que mató más idólatras de los que convirtió.

Alguien podría decir, no sé cómo justificar ese elogio a Elías, porque ¿no es mejor convertir de que combatir?

La respuesta es: ¡Evidentemente! Si se puede convertir una persona por un buen argumento, se debe preferir convertir a esa persona. Eso es algo que salta a la vista, es necesario ser un bárbaro para no pensar así. Pero la cuestión es que hay numerosos casos de personas que se quedan esparciendo el mal de todas las maneras posibles, y que, si no se convierten, es necesario combatirlas, porque de lo contrario harían mal a los otros.

En las épocas de mucha maldad, de mucha decadencia, los corazones de las personas se vuelven duros, se vuelven refractarios a cualquier argumento, a cualquier buena acción, y pasan a esparcir el mal. Para impedir que ellos continúen diseminando el mal, por tanto, por odio al mal que ellos hacen y por amor a los buenos que ellos van perdiendo, es necesario combatirlos. No hay otro remedio.

El culpable de la represión no fue Elías, fue Salomón, que favoreció el pecado, que introdujo el pecado en el seno de Israel. Entonces, si un centrista se indigna con la severidad de Elías, podemos refutarle diciendo: indígnese con el crimen de Salomón. Elías fue el médico, fue el cirujano que, por medio de la amputación, corto la gangrena que Salomón había inculcado en Israel.

¡Esa es la cuestión!