JUAN DE DIOS


JUAN DE DIOS – 11/03/2025

El portugués Juan Ciudad nació en 1495 y con 12 años sirvió como pastor en Toledo. A los 27 años se alistó en las tropas de infantería al servicio del Emperador Carlos I. En 1532 acudió a luchar con las mesnadas del conde de Oropesa en auxilio de Viena, sitiada por los turcos.

Posteriormente en España se traslada a Granada y abre una pequeña librería que le permite entrar en contacto con la literatura de tipo religioso.

El 20 de enero de 1539 se produce un hecho trascendental. Oyendo un sermón predicado por San Juan de Ávila tiene lugar su conversión. Se dirige en peregrinación al santuario extremeño de la Virgen de Guadalupe donde decide dedicarse a los pobres y a los enfermos.

De vuelta en Granada utiliza las casas de sus bienhechores para acoger a los enfermos, pero pronto monta su primer hospital y funda la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios.

El 8 de marzo de 1550 muere y fue canonizado por el papa Alejandro VIII, nombrado patrón de los hospitales y enfermos. Su obra se extendió por otros países y se encuentra enterrado en la basílica que lleva su nombre.

En el cuadro vemos que los trazos de su fisonomía son comunes, regulares, no dicen nada de especial. Un poco de barba, probablemente recortada, cubriendo parte del rostro. El bigote, muy fino, debía ser habitual en su época. La cavidad ocular bien hecha, con una cierta profundidad, nada de extraordinario. Cejas, frente, musculatura común: semblante común.

Sin embargo, cuando se observa la mirada, todo sale de lo banal. Todo trasciende lo vulgar por causa de esos ojos. Oscuros, profundos, como que en parte pensando, en parte viendo. La mirada medio teológica y medio mística. Pensando, pensando, pensando en alguna cosa muy alta que absorbe totalmente la inteligencia de la persona. La fuerza de alma de ella es verdaderamente extraordinaria. Es San Juan de Dios.

Cuando se ve un rostro como este debe compararse con las fisonomías que se observan diariamente en las calles. Todo el mundo tiene derecho a tener un semblante común. Nadie puede ser censurado por el hecho de tener una fisonomía común. ¡Cuántas caras comunes encontramos por la calle! No se debe despreciar a nadie por causa de eso.

Pero, andando por la vía pública, ¿dónde vamos a encontrar alguien con semejante mirada? Podemos ir a los templos del mundo capitalista moderno, qué son los Bancos, a los periódicos, a los aeropuertos, donde queramos… ¿es eso lo que encontramos? ¡Qué seguridad daría a los pasajeros de un avión si viesen al piloto con una mirada semejante para efectuar el vuelo!

Así es el trabajo realizado por la gracia de Dios: escoge en el mundo una persona común, pero que, dotada de una gran alma, realiza a través de ella una magnífica obra.