Estaba en los designios de la
Providencia que la vidente de Fátima Jacinta Marto
muriese pronto dada la necesidad de que alguien sufriera, asociando su
holocausto a la fecundidad de esos acontecimientos extraordinarios.
Todas las grandes obras de Dios se hacen
con la participación de los hombres cuando de la salvación de otros hombres se
trata. En general, con almas que lucharon, sufrieron y rezaron para que aquella
obra fuese llevada a cabo. Es decir, siempre es necesaria la participación del
sufrimiento humano. Y sin el sufrimiento humano, nada de grande se hace.
Esto es especialmente llamativo en el
caso de Fátima. Es una intervención directa de Ella avalada por milagros
maravillosos como por ejemplo la rotación del sol vista a grandes distancias.
Es uno de los mensajes más importantes que la Virgen ha dado a lo largo de la
historia.
En esta ocasión y en estas
circunstancias la Madre de Dios quiso el sacrificio de dos almas que se
inmolasen, Jacinta y Francisco, ofreciendo sus vidas para que todo ese plan de
la Providencia tuviese la fecundidad necesaria. Se comprende bien por lo tanto
como ese apostolado del sufrimiento es verdaderamente insustituible y como es
el que efectivamente abre los caminos para la Iglesia.
La manera de que las almas se abran a la
gracia es por medio de la oración y del sacrificio. Es por medio del dolor que
encontramos la vida, cargando amorosamente la cruz de Nuestro Señor,
comprendiendo que es normal el sufrimiento, que la persona sólo es grande en la
medida en que sufre, y quienes cargan los grandes sufrimientos por amor a Dios
son los únicos grandes hombres de la historia. Esto explica mucho el sacrificio
de Jacinta.
Esta aceptación de la cruz es contraria
al mito del hombre de hoy, al mito hollywoodiano del final feliz, que en la
vida normal es todo alegría, y que el sufrimiento es una especie de monstruo
que invade locamente la vida de la gente. ¡Es lo contrario! La vida sin cruces
es una vida que no vale nada. San Luis María Grignion de Montfort
llega a decir que cuando la persona no sufre debe rezar intensamente, porque a
quien Dios no envía sufrimientos hay que desconfiar de su salvación eterna.
Evidentemente que no se trata apenas de
un sufrimiento pasivo, dejando caer los golpes en la cabeza, sino un
sufrimiento activo. Es decir, muchas veces se trata de tomar la iniciativa de
la lucha, siempre según la ley de Dios y de los hombres, es combatir, es romper
con quienes uno quiere, es enfrentar la opinión de los otros, todos los
sufrimientos de la batalla más intrépida, más osada y más llena de iniciativa.
Todo eso es sufrir y hasta sufrir por excelencia. Pero es necesario saber
sufrir.
El antipapa Wojtyla decía que el final
de la vida humana siempre es un final feliz, o sea, que todo el mundo se salva.
Fue lo contrario lo que la Virgen le mostró a Jacinta cuando vio multitud de
almas cayendo en las llamas eternas del infierno, y de tal manera le impresionó
que ofreció prolongar sus grandes sufrimientos antes de morir por la conversión
de los pecadores.