AUTOMÓVILES
– 18/02/2025
En
la foto vemos un Rolls Royce de 1906. Como se puede ver por la marca, un coche
de lujo. Sin embargo, da la impresión de ser un insecto de metal, débil, feo,
grotesco. Bastaría compararlo con un Jaguar de 1951 para ver la enorme
diferencia. La línea se volvió fina, elegante, esbelta. Toda la maquinaria fue
hábilmente escondida. De las ruedas cañón del Rolls el Jaguar sólo deja ver las
delanteras, de tal modo embellecidas que se han convertido en un elemento
decorativo. Incluso el coche adquirió un sello humano, por así decirlo. Se
tiene la sensación de que la persona al volante lo domina con altivez y
habilidad. Una nota de distinción aristocrática se percibe un poco por todas
partes en ese vehículo.
Comparando
estos dos tipos de coches, ¿quién podría negar que esta transformación no fue
ajena a la influencia de factores psicológicos y culturales que seguían siendo
sanos?
Comparemos el mismo Rolls con un Cadillac de 1953. También hubo progreso. ¿En la misma línea que los del Jaguar? No nos atreveríamos a decirlo.
Consideramos
el asunto desde su punto de vista puramente cultural, partiendo de la idea de
que un automóvil, como cualquier otro objeto, puede expresar aspectos de una
cultura. Dejamos cuidadosamente de lado los aspectos comerciales, que no vienen
al caso: calidad del material, resistencia, seguridad, comodidad, rapidez,
etcétera.
Mientras
que el Jaguar refleja el gusto aristocrático de una sociedad tradicional, el
Cadillac manifiesta la mentalidad burguesa, en su ostentación de potencia y
lujo. Sin duda, el Jaguar deja ver que es un coche fuerte y caro, pero lo que
él simplemente deja ver el Cadillac trata de alardear. La ostentación de
potencia aparece en su línea enfáticamente aerodinámica, que da la idea de que
su estado normal es correr a velocidad por las carreteras, llevando a su
pasajero como una carga de lujo, sin tiempo para ver o ser visto, descansando o
dormitando calmamente, a 120 por hora, sobre una tapicería super confortable.
El Jaguar por el contrario parece no sufrir violencia en la marcha, en la que
el coche no va a máxima velocidad sino a la que prefiere el pasajero, con
tiempo para disfrutar, ver, ser visto. En el Cadillac, la ostentación de
potencia hace que el capó y la parrilla brillantemente niquelada, the dollar
grin, la sonrisa del dólar, como la llamábamos en Europa, sean el punto de
atracción de los ojos, mientras que en el Jaguar el punto de atracción no está
en el coche sino en el pasajero. En el Cadillac, el efecto ornamental más
expresivo es burgués, y está en el color, en el brillo de los esmaltes, en el
resplandor de los metales. En el Jaguar se encuentra principalmente en un
elemento más refinado y más intelectual: la armonía y la proporción de las
formas.
Así
se reflejan en tres modelos de automóvil los atributos y defectos de esa época,
así como el sentido en que puede decirse de varias cosas de esa época que son
dignas de aplauso por no esclavizarse al defecto dominante de ella. Todo
analizado a nivel psicológico y cultural, por supuesto, y haciendo abstracción,
insistimos, de cualquier consideración de interés técnico o comercial.