CHURCHILL –
19/02/2025
Personaje con
una inteligencia brillante. Un tipo de grandeza humana auténtica, un hombre que
tenía no sé cuánta historia tras de sí. Poseía también algo del carretero al
lado del duque inglés, era un genio, en el cual coexistían ambos aspectos.
Tenía, chupando aquel puro, ciertos aires propios de quien comenzó fabricando
palos de escoba, o algo parecido, con aquella apariencia de un bebé grande
malhumorado en el que se percibía el plebeyo. Su madre era yanqui, hija de un
hombre hecho a sí mismo. Pero, por otra parte, presentaba ciertas actitudes
mediante las cuales el noble aparecía por entero.
En la
fotografía de la Conferencia de Yalta se encuentra sentado al lado de Roosevelt
y Stalin. Roosevelt en el centro, como un burgués de buena familia que era,
bien cuidado, fino, natural. A la izquierda, Stalin, un hombre de taberna,
ordinario, vestido con un traje nuevo, pero sin hábito de vestirse así. Sobre
todo, no habituado a llevar ropas limpias, algo repugnante, una fiera en día de
circo, con un bigote protuberante y con aspecto de quien dice: hoy te agarro
para matarte o robarte. Lleno de vanidad con su uniforme nuevo, como un portero de hotel endomingado junto a
un distinguido huésped que consintió conversar un momento con él. A la derecha,
Churchill, que encontró un modo de sentarse para parecer que no estaba en el
grupo. Stalin y Roosevelt forman un conjunto. Churchill se muestra
completamente ajeno como un hombre que estuviese sentado en su sillón de la
Cámara de los Lores, pensativo. De modo que, entre él y los otros hay una
enorme distancia invisible, por la que se percibe el lord y el genio. Sus ojos
están chispeando de inteligencia, al lado de la mirada opaca y moderada de
Roosevelt y de la mirada vagabunda de Stalin. En Churchill las formas más diversas de inteligencia,
perspicacia política y coraje eran patentes y brillantes. Cuando terminó la
guerra, Churchill fue el más famoso de los ganadores. Junto al presidente yanqui de aspecto
antiguo, con la risa inexpresiva y de aspecto estándar por una parte y el
siniestro dictador soviético por otra, bajo cuyas cejas hirsutas centelleaban
dos ojos que no se veían, cómo brillantes amenazas, con los labios delineados
más aptos para el vilipendio y la bebida que para hablar, el rostro expresivo
de Churchill se destacó de una manera casi espléndida. En su calvicie parecía
brillar un pensamiento diplomático vigoroso y sutil. En los ojos expresó
sucesivamente profundidades fascinantes de observación, reflexión, humor y
amabilidad aristocrática. Las anchas mejillas musculosas no perdieron nada de
su vigor con la edad. Los labios, delgados e inciertos en su contorno, de un
miembro auténtico de la nobleza inglesa, adornado, ese es el término, con el
encanto viril de un aristócrata de clase alta.
Está en el
orden de las cosas, e incluso entre las verduras, que ocasionalmente aparezcan
en una u otra variedad, especímenes gigantes. Son fenómenos de la naturaleza.
Churchill fue uno de ellos.