DECADENCIA


 

DECADENCIA – 17/02/2025

Una pregunta que se plantea a menudo al leernos es si para nosotros todo lo del pasado era bueno y todo lo del presente es malo, pues cuando hacemos comparaciones entre nuestra época y las anteriores, siempre es para destacar que hemos decaído o empeorado.

La pregunta es un tanto infantil, pues no se puede imaginar que alguien piense seriamente que la medicina de hoy represente estigmas de decadencia en relación con la de hace años, o que el conocimiento de los microbios y todo lo que se derivó de él demuestre que la medicina del siglo XIX estaba en decadencia en comparación con los médicos de Luis XIV. Tampoco se puede suponer seriamente que alguien considere que una carretera moderna, asfaltada, sea un indicio de retroceso en las comunicaciones humanas comparada con los caminos que nuestros antepasados recorrían penosamente en carroza o a caballo.

Hemos sostenido, eso sí, que desde el siglo XVI el espíritu cristiano está cada vez menos presente, influyente y visible en los ambientes, las costumbres y el conjunto de la civilización occidental y que ha sido progresivamente sustituido por un espíritu neopagano, lleno de panteísmo naturalista, igualitarismo omnímodo y sensual.

Sostenemos, pues, que en el mundo contemporáneo coexisten en lucha dos fermentos opuestos e irreconciliables y que, en las leyes, la cultura, las artes, las costumbres, no pasa un solo día en que el fermento del mal no tenga algún éxito que registrar. La acción de esta levadura se hace más profunda en todas partes. Y como el mal sólo puede producir maldad, sólo produce decadencia a su alrededor. Decadencia a veces velada por el esplendor del lujo, o por la exageración de la forma artística o literaria, cuando no por un vago matiz de religiosidad “cristiana”. Pero, en cualquier caso, auténtica decadencia.

Sostenemos, además, que todo esto da a nuestra época una fisonomía propia, profundamente diferente de la época anterior a Lutero, y que de las innumerables diferencias que nos distinguen de aquel período, diferencias de las cuales muchas son legítimas, y varias a favor de nuestro siglo, la más importante, la más esencial, la que excede, destaca, como que da color a todas las demás es la presencia dominante del espíritu neopagano.

Destacamos las palabras “presencia dominante”. Hay presencias activas, eficaces, pero no son dominantes. Este fue el caso de los fermentos del mal antes de Lutero. En la Edad Media hubo profundas manifestaciones de impiedad y corrupción. Basta pensar en el emperador Enrique IV, o en los albigenses. Pero estos eran los derrotados. Los vencedores fueron San Gregorio VII, Inocencio III y Simón de Montfort. En nuestros días todavía hay fermentos cristianos, pero no dominan el siglo, no le dan su propia marca. No se puede negar la presencia cristiana en el mundo, pero no es la fuerza rectora.

Si juzgamos las cosas por su aspecto dominante y no por sus otros aspectos, lo cual es legítimo, diremos que el mundo actual es pagano y decadente, y sin embargo mantendremos que se pueden encontrar en él elementos buenos. Al igual que un médico puede decir que alguien tiene cáncer en un determinado órgano, pero que el resto del cuerpo funciona normalmente. Si el canceroso es un adolescente, puede incluso seguir creciendo a pesar de estar enfermo. Pero, de todos modos, el canceroso es un enfermo, y nadie se atrevería a decir que hay unilateralidad en afirmarlo, bajo el pretexto de que la zona afectada por el cáncer es mínima en relación con el resto del cuerpo, o que éste es tan poderoso que incluso crece.

Mañana ejemplificaremos con el automovilismo.