SALES –
29/01/2025
San Francisco
de Sales fue obispo de Ginebra, confesor y doctor de la Iglesia, fundador de
Órdenes religiosas y director de incontables almas. Movido por un profundo amor
a Dios, dotado de bondad y suavidad excepcionales en el trato, sólida cultura y
ortodoxia.
Señalandonos
los santos como ejemplo, la Iglesia católica destruye, sin necesidad de
argumentar, la pretendida ignorancia y condición humilde de los que siguen las
enseñanzas de Nuestro Señor Jesucristo.
Encontramos de
hecho, entre ellos, muchos que se dedicaron durante la vida a los menesteres
más humildes, y que muchas veces desdeñaron la instrucción para cultivar apenas
la verdadera sabiduría, que es el amor a Dios.
No obstante, al
lado de ellos y en no menor número, se encuentran reyes, reinas, nobles y
sabios, recordándonos cotidianamente, y con la fuerza incontestable de los
hechos, que para seguir a Nuestro Señor no se exige nada más que la buena
voluntad.
La condición
social y la ciencia son, separadamente, los dos obstáculos que los incrédulos
juzgan existir para la difusión de la Iglesia. Y la Iglesia les responde con la
vida de un San Francisco de Sales, que aliaba a la nobleza de su familia una
ciencia excepcional, adquirida con brillo en los mejores colegios de Francia.
Fue enviado por
su padre a París para estudiar. Su madre, no obstante, que temía por la virtud
del hijo alejado en una gran ciudad, se despidió de él recomendándole
insistentemente la frecuencia de los sacramentos, afirmando preferir verlo
muerto a saber que cometiera un pecado mortal.
Progresó
rápidamente en los estudios, despertando la admiración de profesores y
compañeros, no sólo por su inteligencia, sino también por la virtud que
conseguía mantener en medio de tantos peligros, recibiendo frecuentemente los
sacramentos.
Terminados los
estudios fue ordenado sacerdote a pesar de la oposición del padre, y el Papa le
nombró obispo auxiliar de Ginebra, que era el centro de la herejía calvinista.
Su actividad atrajo de vuelta a la Iglesia 72.000 calvinistas. Cuando la
diócesis pasó a sus manos, por la muerte el obispo titular, la recorrió entera
a pie combatiendo los errores de los herejes. A pesar de las tramas de sus
adversarios la dirigió durante 20 años como un verdadero luchador contra la
herejía. A los 56 años entregó su alma a Dios y 23 años después el Papa
Alejandro VII incluyó su nombre en el catálogo de los santos.
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