MILAGROSA –
27/11/2024
El 27 de
noviembre de 1830 la Virgen María se apareció en París a la postulanta Catalina
Labouré mientras se encontraba meditando por la tarde en la capilla de las
Hijas de la Caridad.
Le pareció oír
el roce de un vestido de seda y vio a la Madre de Dios con una túnica blanca.
Cubría su cabeza un velo que sin ocultar su figura caía por ambos lados hasta
los pies. Cuando quiso describir su rostro solo acertó a decir que era la Madre
en su mayor esplendor. Sus pies posaban sobre un globo blanco y aplastaban una
serpiente. Las manos elevadas a la altura del corazón sostenían otro globo
pequeño de oro, coronado por una cruz. La Señora mantenía una actitud
suplicante, como ofreciendo el globo. A veces miraba al cielo y a veces a la
tierra. De pronto sus dedos se llenaron de anillos adornados con piedras
preciosas que brillaban y derramaban luz en todas direcciones envolviéndola de
tal claridad que era imposible verla. En su corazón sintió que el globo a sus
pies representaba el mundo entero, especialmente a Francia y a cada alma en
particular. Los rayos de luz simbolizan las gracias que se derraman sobre los
que las piden. Las piedras que no emitían rayos son las gracias que las almas
no piden. El globo de oro se desvaneció entre las manos y los brazos se
extendieron abiertos. En este momento apareció una forma ovalada circundándola
y en el borde interior estaba escrita la invocación: ¡Oh María sin pecado
concebida, rogad por nosotros que recurrimos a Vos! A continuación, la
aparición dio media vuelta y quedo formado en el mismo lugar el reverso de la
medalla compuesto por una M, sobre la cual había una Cruz clavada en el suelo y
debajo los corazones de Jesús y de María, el primero rodeado de una corona de
espinas, y el segundo traspasado por una espada, símbolo de la Corredención
mariana profetizada por el anciano Simeón durante la presentación del Niño
Jesús en el Templo. Alrededor había doce estrellas. Sintió de nuevo la voz en su interior
que decía: Haz acuñar una medalla como este modelo. Todos los que la lleven
recibirán grandes gracias, especialmente abundantes para los que la lleven con
confianza.
La medalla
simboliza de manera muy sensible nuestra vinculación con Ella. Pero
precisamente porque ese símbolo tiene esas cualidades, ciertos espíritus pueden
fácilmente caer en la idea de que su simple posesión, y su mero uso, son
suficientes. Es necesario compenetrarse bien de que el uso de la medalla no
constituye toda la esencia de nuestra vinculación con la Señora, y no sería
nada si no es acompañada de una consagración especial e interior a Ella. Se
debe comprender que es en ese acto interior, el cual se desenvuelve en el
terreno misterioso de la relación de las almas con Dios, que consiste el lazo
de unión con la Señora de todos los Pueblos y que nos hace verdaderos devotos
marianos.
Para hacer esa
consagración efectiva tiene que caracterizarse por un apostolado consistente en
actuar en la sociedad para promover la salvación de las almas impregnando del
espíritu católico todos los valores en la esfera temporal.
También
simboliza la lucha y la victoria contra el poder de las tinieblas, al estar la
serpiente, símbolo del demonio, con su cabeza aplastada por los pies
celestiales, que no se ensucian por ser la Inmaculada.