CLARET –
23/10/2024
San Antonio
María Claret fue mucho más que el fundador de la congregación religiosa Hijos
del Inmaculado Corazón de María. Es uno de esos personajes que, aunque no hayan
ejercido una acción muy profunda sobre su época, terminan dominándola
completamente por el simple hecho de existir.
Ordenado
sacerdote, se convierte en misionero. A veces las multitudes que atraía no
cabían en las iglesias ni en las plazas.
Orador popular
muy vivo, interesante, ardiente, profundo, sólido, sustancioso, y con carismas
extraordinarios que daban origen a hechos espectaculares durante sus
predicaciones. Por ejemplo, decía: “Voy a expulsar al demonio que está flotando
sobre este auditorio”. Pronunciaba la fórmula del exorcismo y se oía un
estrépito, un rayo en cielo sereno, cae la campana del campanario, y la
población queda estupefacta. Naturalmente, conversiones masivas. Podemos
imaginar el efecto de ese tipo de predicaciones…
Sus grandes
cualidades de orador sacro, de misionero, se completaban con una cosa curiosa:
él sabía que su misión consistía en ser misionero, nunca quiso ser teólogo
profundo, orador de alto vuelo.
Comprendió
también otra cosa: que él era un hombre hecho más para suscitar celo que para
coordinar el celo que había suscitado. Es decir, fue un modelo de
desprendimiento, despreocupado de cosechar para sí mismo, y sembrando para que
otros cosecharan.
Es nombrado
arzobispo de Cuba, donde comienza una verdadera conversión de la isla, aun
colonia española. Los enemigos de la Iglesia católica desencadenaron una
intensa persecución pues provocaba la enmienda de las malas costumbres y
conversiones. Sufre una serie de atentados que motivó a la Reina de España a
retirarlo de la isla. Antes de marchar profetizó un terremoto y una peste que
efectivamente sobrevinieron.
Fue transferido
por el Papa a capellán de la Corte Real en Madrid. Termina por ser confesor de
la Reina Isabel II, perteneciente a la rama liberal de la Casa Real, que estaba
en lucha contra los carlistas, fieles Carlos, pretendiente al trono “en nombre de
Cristo Rey”.
Como siempre
sucede con esas ramas liberales, la razón de ser de ellas es hacer el juego de
la Revolución. Y cuando dejan de hacerlo, la Revolución les lanza enseguida por
tierra. Y la Reina se prestaba precisamente al juego de la Revolución, pero en
contacto con el P. Claret fue poco a poco enmendándose, volviéndose
antiliberal. De tal modo siguió una política contraria a los propósitos de la
Revolución que acabó siendo exiliada a Francia, como su santo confesor, que fue
quien provocó por su celo ese “terremoto” en España.
Supuso una gran
victoria para la buena causa que Isabel II fuera deportada, pues la Revolución
no quería aún hacer de España una república en aquella coyuntura, pues era
temprano para eso. La Revolución quería poner una monarquía constitucional,
pero se vio obligada a anticipar la república, lo que le acarreó muchas
cristalizaciones de la opinión pública. Y poco tiempo después la monarquía tuvo
que ser restaurada. Esta república revolucionaria habría triunfado de modo
definitivo si no fuera por su actuación.
A partir de
1861, entre una comunión y la siguiente, el Santísimo Sacramento no se
deterioraba dentro de él, siendo un sagrario vivo. Falleció en 1870 exiliado en
Francia, en un monasterio cisterciense.
Es un modelo de
luchador contra la Revolución, ejemplo de apóstol con las clases populares y
devoto de la Santa Sede.