GUARDA –
02/10/2024
Dios, que creó
las jerarquías visibles e invisibles con un orden admirable, hace uso del
ministerio de los espíritus celestiales para su gloria. Los coros angélicos,
que contemplan sin cesar el rostro del Padre, saben, mejor que los hombres, la
forma de adorar y contemplar la belleza de sus perfecciones infinitas.
San Miguel es
el jefe de los ángeles que lucharon contra el diablo y los ángeles malos
arrojándolos al infierno. Es el jefe de los ángeles de la guarda de las
personas, y también de las instituciones. Es el ángel de la guarda de la
institución de todas las instituciones, que es la Santa Iglesia Católica y
Apostólica. Tiene, por lo tanto, una misión de tutela. Podemos preguntarnos la
relación que existe entre su primera misión derrotando a los ángeles que se
rebelaron y la protección que da a los hombres en este valle de lágrimas.
Las dos
misiones están vinculadas. Dios quiso que fuese su escudo contra el diablo en
la primera batalla celestial. Él también quiere que sea el escudo de los
hombres contra el diablo, y el escudo de la Santa Iglesia. Pero no se limita a
ser un escudo protector, es también un instrumento para derrotar y lanzar al
enemigo al infierno. Es una doble misión correlacionada.
Por esta razón,
en la Edad Media era considerado el primer caballero celestial, fiel, fuerte y
puro como un caballero debe ser. Salió victorioso, porque puso toda su
confianza en Dios, y después puso también toda su confianza en la Virgen María.
A su admirable
figura le debemos considerar nuestro natural aliado en las luchas legales y
doctrinales en las que estamos llamados a participar en la defensa de la honra
de Dios, de la Señora de todos los Pueblos, de la Iglesia y de la Civilización
Cristiana. Con él como nuestro modelo y patrón especial debemos defenderlas y
atacar a sus enemigos con el fin de destruir el imperio del diablo y establecer
el Reino de María en el mundo.
Los ángeles son
los habitantes de la corte celestial que continuamente ven a Dios cara a cara.
El ápice de la felicidad angélica y humana es contemplar a Dios, y esta es la
esencia de la vida en el Cielo. Dios manifiesta continuamente nuevos aspectos
de sí mismo que inundan de felicidad a los ángeles.
En épocas de
verdadera fe, algo de esta felicidad celestial se filtra a la Tierra y se
comunica a algunas almas piadosas, que, a su vez, la transmiten a toda la
Iglesia. Hoy carecemos en este sentido de felicidad celestial y, por lo tanto,
tenemos menos apetito del Cielo. Muchas personas sólo tienen apetito por las
cosas terrenales. Si pudieran entender un solo momento el consuelo que viene de
la consideración de las cosas celestiales, comprenderían cuán pasajeros son los
bienes terrenales, cuán carentes de valor comparados con otros valores que los
trascienden. Si entendiesen estas cosas, serían capaces de apartarse de su
apego a los bienes terrenales. Pero la gente está entusiasmada por el dinero,
por la politiquería, por las cosas del mundo, por la vida trivial y las
noticias de poca importancia. No son almas elevadas que se entusiasman con los
grandes problemas doctrinales y las cosas celestiales.
Los santos
ángeles están inundados por una felicidad celestial que pueden comunicarnos.
Por tanto, pedir que nos den el deseo de las cosas celestiales es excelente en
la fiesta de los Santos Ángeles Custodios.