TERESA –
15/10/2025
Este magnífico
cuadro de Santa Teresa de Ávila expresa bien lo que uno se imagina de la gran
santa española.
El rostro es
completamente impasible, la mirada tiene vida propia, por decirlo así, autónoma
del rostro. De manera que mientras el rostro está átono, enjuto, la mirada
tiene vida, está contemplando a lo lejos algo extraordinario.
Pero un par de
ojos que se complacen en mirar a lo lejos lo que hay de más distante, como la
mirada del águila. Solo se satisface cuando se fija en lo más lejano del
horizonte y se siente unido a él.
Está mirando un
punto esplendoroso, magnífico. Se diría que está mirando un sol que no
deslumbra. Como el sol tiene aquella llama que cambia de aspectos, así es lo
que está considerando con admiración, con veneración, con una forma de amor que
no es propiamente afecto sino es la completa entrega de sí y no quiere más que
aquello que está mirando.
Por detrás de
esa impasibilidad del rostro, por la posición de la cabeza sobre el cuello y
del cuello sobre los hombros, forma una regla de tres. Las personas muy
coherentes tienen la cabeza puesta sobre el cuello de acuerdo con una armonía
que coincide con el modo en que el cuello encaja en el cuerpo. Se diría que la
cabeza está para el cuello como el cuello está para el cuerpo. Y que esta
impostación caracteriza el empuje y el coraje.
Hay modos
lamentables de poner la cabeza. Algunos de lo más lamentables. Un ejercicio
interesante, cuando uno se quiere distraer un poco, caminando por la calle,
especialmente cuando se va en coche, es ir haciendo la crítica del modo en que
las personas ponen la cabeza. Vale la pena hacerlo.
Uno es el modo
de poner la cabeza, otro es la manera en que se usan los brazos. Hay brazos que
se tiene la impresión de que están colgados perezosamente a lo largo del cuerpo
y que la persona se sentiría más leve si no tuviese los brazos. Hay otros brazos
que acompañan el andar y que tienen movimentación.
Todo eso es muy
interesante de observar, siempre que a uno le guste observar a los otros. A uno
mismo también.
Pues bien,
Santa Teresa de Jesús aquí, la cabeza, el cuello y el cuerpo toman una actitud
de altivez, de altanería que parece que ella recibe esa dignidad de aquel a
quien mira. Y que la mirada de ella y el rostro dicen lo siguiente: “yo solo
temo Aquel a quien yo admiro, y con Él no temo absolutamente a nadie, ni nada
que me pueda suceder, yo desafío a cualquiera. ¡No me perturbo porque Aquel a
quien admiro es todo y vence todo, y por tanto vamos adelante!”.
Es la propia
expresión de la reflexión, de la decisión y de la perseverancia. Ahí se
comprende el comentario del impío Leibnitz cuando murió Santa Teresa. Escribió
una carta contando las novedades del día a un amigo y dice: “consta que murió
el gran hombre que es la monja española Teresa de Jesús”. Él era protestante,
un horror de persona.
Aquí vemos un
alma varonil, con nada del feminismo de hoy. Es la figura femenina, y tal vez
también masculina, más próxima de la grandeza carolingia que se conoce. No hace
falta decir nada más. En el ámbito femenino, es el Carlomagno. Parece la
grandeza perfecta y acabada. Podría llamarse “Teresa de Jesús, la carolingia”.
Magnífico elogio para Carlomagno…