ODIO


ODIO – 10/10/2025

El gobierno comunista instalado en España está imponiendo una dictadura de silencio con su ley de “delito de odio” que penaliza a quien diga lo que ellos no quieren. El caso de Custodio Ballester por su opinión sobre el islam es clamoroso.

Resulta que la banda socialista en el poder con motivo del aniversario de la muerte del “Che” Guevara le homenajeó y le puso como un ejemplo a imitar. El argentino trasplantado a Cuba expresaba auténticamente el cuño marxista de la revolución cubana. Los cabellos, parecen no haber sido cortados ni lavados desde hace mucho tiempo, un bigote ralo y deshilachado, cuyos extremos acaban uniéndose con una barba de contornos inciertos, formando un sólo marco de desaliño y desorden, que producen una repulsión instintiva, pero que buscan despertar una impresión de naturalidad y de falta de pretensión extremas. La mirada, de un brillo inusual, y la sonrisa buscan dar una cierta idea de cordialidad y amabilidad un tanto mística. Este hombre de apariencia dulce fue uno de los soportes del régimen del paredón, donde tantas víctimas han sido cruelmente inmoladas, del régimen que ejecutó contra la Iglesia una persecución totalmente al estilo de Robespierre o de Lenin. Su rostro representa una de las máscaras de la Revolución, es decir, la bondad falsa ocultando la peor de las violencias.

Después de pegarle un tiro en la sien a un prisionero escribió a su padre diciéndole: “realmente me gusta matar”. En 1959 declaraba por televisión que en la prisión dirigida por él llamada la Cabaña “todos los fusilamientos se hacen por órdenes expresas mías”.  Afirmaba que “un revolucionario debe convertirse en una fría máquina de matar motivado por puro odio. Hay que acabar con todos los periódicos, pues no se puede hacer una revolución con libertad de prensa. Los periódicos son instrumentos de la oligarquía”. En 1961 advirtió por televisión que “los trabajadores de ninguna manera pueden ir a la huelga”. En 1962 lamentó en la revista Time no haber podido desatar una guerra atómica lanzando los misiles nucleares sobre Nueva York. “Debemos hacer esta lucha a muerte entre los dos sistemas, aunque cueste millones de víctimas”. En 1964 durante la Asamblea de Naciones Unidas afirmó: “Fusilamientos, sí, hemos fusilado, fusilamos y seguiremos fusilando mientras sea necesario”. Reconoció que la instauración del comunismo implicaba necesariamente la violencia y que para lograr regímenes socialistas tendrían que correr ríos de sangre.

Pero los fracasos cosechados por el socialismo en todo el mundo le obligaron a cambiar de estrategia enmascarando más su aspecto, modificando su lenguaje y utilizando métodos más sutiles, pero su mentalidad, su espíritu y sus fines siguen siendo los mismos.

Un ejemplo de ese maquillaje estratégico lo vimos con Kruschev. En 1957 se produjo un accidente nuclear en una planta secreta llamada Mayak cerca de los montes Urales. A los supervivientes se les prohibió hablar de la catástrofe. Se calcula que unas 200 personas murieron en los primeros días y cientos de miles fueron seriamente afectadas por la radiación posterior.

El mundo permaneció ajeno a aquella tragedia humana y medioambiental debido al estricto protocolo soviético de ocultar la información perjudicial para el régimen, gobernado en aquel momento por Kruschev, en la fotografía con su risa vulgar, de una cordialidad nada convincente, expresión, porte y actitud marcadamente groseras, que caracterizaron al negrero de esa gran e infeliz sala de esclavos a la que el comunismo redujo Rusia. Era el símbolo de la época en que todos los elementos superiores de cultura eran negados, bajo el signo del más graso materialismo, sólo la fuerza y la técnica tienen valor oficialmente reconocido.

Como llegaron rumores a Occidente, cuando fue preguntado en la escena política internacional se negó a reconocer ni tan siquiera la existencia de la planta. Durante años estuvo echando los desechos radiactivos al Océano Ártico. No fue hasta 1976 cuando el biólogo ruso Jaurès Medvedev dio por primera vez noticia de aquel grave accidente.