VARENNES –
20/06/2025
El espíritu de
la Revolución Francesa, en su primera fase, usó máscara y lenguaje
aristocrático y hasta eclesiástico. Frecuentó la Corte, se sentó en la mesa del
Consejo del Rey. Después se volvió burgués, trabajó para la extinción incruenta
de la monarquía, de la nobleza, y por una velada y pacífica supresión de la
Iglesia católica.
La nobleza,
cuya complicidad había abierto el camino para el triunfo de los principios
revolucionarios, viendo el rumbo que tomaban las cosas, comenzó a emigrar. Luis
XVI se convenció de que la única solución para detener el proceso
revolucionario, ya muy avanzado por culpa de su filosofía de ceder para no
perder, sería abandonar París ocultamente, retirándose a una ciudad o
provincia, reunir allí sus tropas fieles y recuperar de esa forma el poder. Él
no quería, sin embargo, restablecer el Antiguo Régimen, sino hacer una
revolución moderada e impedir que los emigrados más contrarrevolucionarios
restableciesen la antigua situación. La nación, percibiendo perfectamente que
la Revolución le arrastraba a un precipicio fatal, respondería a su llamada.
Fue escogida
Montmédy, a 287 kilómetros de París, gran plaza militar cuya guarnición era
comandada por el Marqués de Bouillé, considerado ardiente monárquico. Según lo
planeado, en junio de 1790 la familia real salió furtivamente de París.
Todo fue
cuidadosamente preparado. Destacamentos de tropas, dispuestos en puntos
estratégicos del camino por donde debería pasar el rey, aseguraban el éxito de
la fuga. Pero la enorme berlina que conducía a la familia real caminaba con
gran lentitud, lo que produjo un descontrol en los horarios, perjudicando así
los planes. Además, el movimiento de tropas llamó la atención de los
campesinos.
En Varennes, la
familia real fue reconocida y detenida por los revolucionarios a tan sólo 50
kilómetros de Montmédy, como muestra el grabado. Choiseul y Damas, comandantes
de la guarnición que debería proteger el trayecto, propusieron abrir el camino
a sable para reiniciar inmediatamente el viaje, pero Luis XVI recusó. Nada de
violencia, nada de sangre. Horas después el rey recibió la orden de detención,
remitida por la Asamblea Nacional. Para cuando Bouillé con sus tropas llegaron
a Varennes la familia real estaba ya camino de París, bajo vigilancia militar.
La vuelta de
Varennes fue un verdadero calvario para los prisioneros: el cortejo ebrio, la
multitud ultrajante, las amenazas, los insultos, el cansancio, llegaron hasta
arañar el rostro del rey, un hombre fue asesinado por haber saludado a la
reina.
El caso
contribuyó a sacudir los sentimientos de fidelidad y afección que la mayoría
del pueblo aún conservaba por el rey. El monarca fue suspendido de sus
funciones por la Asamblea provisional y mantuvo a la pareja real bajo custodia
hasta que acusados de traición fueron ejecutados en la guillotina.