RAMOS –
14/04/2025
Un defecto que
disminuye frecuentemente la eficacia de las meditaciones que se hacen, consiste
en considerar los hechos de la vida de Nuestro Señor sin hacer ninguna
aplicación a lo que nos sucede o sucede a nuestro alrededor. Así, sorprende ver
el Domingo de Ramos la versatilidad e ingratitud de los judíos, ya que éstos,
después de proclamar con la más solemne recepción el reconocimiento que debían
al Salvador, poco después lo crucifican con un odio que a muchos llega a
parecer inexplicable. Sin embargo, esa ingratitud y esa versatilidad no
existieron solamente en los judíos durante la vida terrena de Nuestro Señor.
Aún hoy, en el corazón de cuántos dichos católicos Él tiene que soportar esas
alternancias de adoraciones y de vituperios. Y esto no sucede únicamente en la
intimidad de las conciencias, generalmente inescrutable. ¿En cuántos países, el
Señor ha sido sucesivamente glorificado y ultrajado, en cortos intervalos de
tiempo?
La colocación
de las palmas o ramas de olivo en el hogar, como se ve en el cuadro, simboliza
el reconocimiento de que Jesús es nuestro Rey, pero ¿hasta qué punto será
exacto decir que, para conservar la fe, evitamos todo lo que la puede poner en
riesgo? ¿Evitamos los espectáculos que la pueden ofender? ¿Evitamos las
compañías con las que la ponemos en riesgo? ¿Buscamos los ambientes en los
cuales la fe florece y echa raíces? ¿O, a cambio de placeres mundanos y
pasajeros, vivimos en ambientes en que la fe se deteriora y amenaza
transformarse en ruinas?
Todo hombre,
por el propio instinto de sociabilidad, tiende a aceptar las opiniones de los
otros. En general, hoy en día, las opiniones dominantes son anticristianas. Se
piensa contrariamente a la doctrina católica en materia de filosofía, de
sociología, de historia, de ciencia, de arte, de todo.
Nuestros amigos
siguen la corriente. ¿Tenemos el coraje de divergir? ¿Resguardamos nuestro
espíritu de cualquier infiltración de ideas erradas? ¿Pensamos como la doctrina
católica en todo? ¿O nos contentamos negligentemente en ir viviendo, aceptando
todo cuanto el espíritu del siglo nos inculca, y simplemente porque él nos lo
inculca?
Es posible que
no hayamos arrojado a Nuestro Señor de nuestra alma, pero ¿cómo tratamos a este
Divino Huésped? ¿Es Él objeto de todas las atenciones, el centro de nuestra
vida intelectual, moral y afectiva? ¿O, simplemente, existe para Él un pequeño
espacio donde se le tolera, como huésped secundario, aburrido, un tanto
inoportuno?
Cuando el
Divino Maestro gimió, lloró, sudó sangre durante la Pasión no le atormentaban
apenas los dolores físicos, ni sólo los sufrimientos ocasionados por el odio de
los que en aquel momento le perseguían. También le atormentaba todo cuanto
contra Él y la Iglesia haríamos en los siglos venideros. Lloró por el odio de
todos los malos, de todos los Arrios, Nestorios, Luteros, Bergoglios, pero
lloró también porque veía el cortejo interminable de las almas tibias, de las
almas indiferentes, que sin perseguirlo no lo amaban como debían. Es la falange
incontable de los que pasaron la vida sin odio y sin amor, los cuales, según
Dante, quedaban fuera del infierno, porque ni en el infierno había un lugar
adecuado para ellos. ¿Estamos nosotros en este cortejo?
He ahí la gran
pregunta a la que, con la gracia de Dios, debemos dar respuesta en los días de
recogimiento, de piedad y expiación de esta Semana Santa.