FERRER –
05/04/2025
Hoy es la
fiesta de San Vicente Ferrer que contribuyó a la extinción del gran cisma de
Occidente en el siglo XIV.
Pocas cosas son
tan bonitas en la hagiografía como situar la misión del santo en el panorama Revolución
y Contrarrevolución. Según ese panorama, en el siglo XIV, la Cristiandad
comenzaba a decaer. Era una decadencia eclesiástica tremenda que se atestiguaba
por el hecho de haber al mismo tiempo Papas exiliados, que estaban bajo la
férula de los reyes de Francia. Y un cisma tremendo: tres “papas” que se
combatían recíprocamente, de los cuales, naturalmente, solo uno era verdadero.
Pero estaba de tal manera la confusión en la Cristiandad, que con cada pseudo
papa o Papa, había santos apoyándoles. Se puede comprender la putrefacción del
clero que eso suponía y como consecuencia, la degeneración de los fieles. Era
toda la Edad Media que entraba en descomposición, de carácter más moral que
intelectual, era una explosión de orgullo y de sensualidad que comenzaba, la
cual debía después generar los desvíos intelectuales que son los errores de la
Revolución.
Entonces la
Providencia manda, muy oportunamente, un santo que fue grande en su Orden como
fue grande en su esfera Santo Tomás de Aquino. Porque si se puede decir que
Santo Tomás de Aquino fue el filósofo de los filósofos, el teólogo de los
teólogos, se puede decir que, como predicador popular, después de los
Apóstoles, nadie superó probablemente a San Vicente Ferrer, ni siquiera, en el
siglo XIX, San Antonio María Claret, que fue un predicador asombroso.
San Vicente
Ferrer decía de sí mismo que era el “Ángel del Apocalipsis”, que había venido a
anunciar el derrumbamiento de la Civilización Cristiana. Y de hecho luchó
enormemente por la moralización de las costumbres, lucho para asustar esa
decadencia moral.
Su ficha
biográfica menciona las conversiones que obtuvo, más como hechos colaterales,
no secundarios, pero de una importancia menor dentro del conjunto de su obra.
El gran hecho era el poder de su predicación, por el cual sacudía las
conciencias medio adormecidas y por donde él era, por excelencia, el santo
opuesto a la tibieza. Ese tipo de santo que habla sobre el infierno, los
pecados, que truena, que pide el castigo del Cielo, es precisamente llamado
sobre todo para hablar a las almas tibias, porque de otra manera no se podrían
convertir. Así comprendemos el número colosal de conversiones que realizó. A
pesar de esas conversiones, por más numerosas que hayan sido, fueron
insuficientes. De ellas no nació un movimiento, un impulso organizado para
combatir la Revolución que surgía. Y el resultado es que convirtió muchas
almas, pero no a la sociedad en cuanto tal. En otros términos, él no fue tan
oído por los hombres de su tiempo como deberían haberlo hecho. San Vicente
Ferrer fue el dique que la Providencia levantó, pero que la maldad de los
hombres destruyó.
En la abertura
de ese torrente que comienza a caer hacia el abismo, queda en pie su figura
grandiosa, anunciando el comienzo de la Revolución, las catástrofes que
provenían del hecho de no haber sido oído. Igual que un profeta del Antiguo
Testamento anunciando las desgracias al pueblo de Dios, porque no había oído al
enviado de Dios.
Así, queda su
inmensa figura flotando sobre el firmamento de la Iglesia al final de un
pórtico que es el fin de la Edad Media y que puede ser considerado el comienzo
de la Revolución. Aquí está la explicación histórica de su estilo de predicar,
de los dones con que fue favorecido y de la misión que recibió de Dios.