DESPLOMAMIENTO – 28/02/2025
A las 3 en punto de la madrugada del 2 de febrero de 1634
la Madre Mariana de Jesús Torres, abadesa del convento Concepcionista Santa
María del Buen Suceso, en la ciudad de Quito, vio la lámpara del Santísimo
parpadear y apagarse dejando la iglesia en total oscuridad. En ese momento
surgió una luz celestial en la que apareció la Reina del Cielo para anunciarle el
significado de esa oscuridad: Vendrán tiempos funestos en el siglo XX, las
herejías se propagarán. A medida que estas se extiendan y dominen, la preciosa
luz de la fe se extinguirá en las almas por la casi total corrupción de las
costumbres. Sucederán grandes calamidades. El espíritu de impureza saturará la
atmósfera. Al igual que un océano sucio, correrá a través de las calles y plazas
con una libertad asombrosa. No habrá casi almas vírgenes. Las sectas masónicas,
después de haberse infiltrado en todas las clases sociales, sutilmente
introducirán su enseñanza en los ambientes domésticos con el fin de corromper a
los niños. El mal asaltará la inocencia infantil causando estragos en las
almas. De esta manera, las vocaciones al sacerdocio se perderán. Se cometerán
muchos y enormes sacrilegios profanando la sagrada Eucaristía que será tirada y
pisoteada.
Los que deberían defender los derechos de la Iglesia sin
temor servil ni respeto humano darán la mano a los enemigos para hacer lo que
éstos quieran. Los sacerdotes perderán la brújula divina, apartándose del
camino trazado por Dios para el ministerio sacerdotal, buscarán el bienestar y
la riqueza, esforzándose por obtenerla indebidamente. La Iglesia sufrirá una
noche oscura por la falta de un Prelado que vele por ellos, restaure el
espíritu de sus sacerdotes y defienda los derechos de la Iglesia.
La laxitud y la negligencia de aquellos que poseen una
gran riqueza con indiferencia verán a la Iglesia siendo oprimida, la virtud
siendo perseguida, y el triunfo del diablo, sin emplear sus riquezas
piadosamente para la destrucción de este mal y la restauración de la fe. También
la indiferencia de la gente al permitir que el nombre de Dios se extinga
progresivamente y la adhesión al espíritu del mal, entregándose libremente a
los vicios y las pasiones.
Sin embargo, siempre habrá algunas almas buenas como un
escudo para desviar la ira divina. Las personas libres de esas herejías
destinadas a la restauración tendrán una gran fuerza de voluntad, constancia,
valor y mucha confianza en Dios. En ocasiones todo parecerá estar perdido. Habrá
una guerra espantosa y parecerá triunfante la maldad, pero ese será el feliz
principio de la restauración completa. De una manera asombrosa la Señora
destronará al soberbio y maldito Satanás encadenándole en el abismo infernal. Quedando
por fin la Iglesia libre de su cruel tiranía, la Revolución se desplomará de
golpe.
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