PERLAS
– 30/12/2024
Además
del cisne, el pavo real también es símbolo de la nobleza por lo que tiene de
cierta superioridad. Está adornado con todo lo que es rico y complejo, convida
al análisis y la admiración. El lujo de su plumaje es una maravilla. Tiene toda
la nobleza y la belleza de la complejidad y del talento. Un ejemplo fácil de
entender es el pavo y la gallina.
Hay
en el pavo real una nobleza evidentísima, en las vueltas que da, en la belleza
admirable de sus plumas, en la hermosura del color azul verdoso de su cuello.
En él todo es grande menos la cabeza, pero esta forma un pequeño centro vivo de
todo el movimiento del resto, en la medida que puede serlo un ser sin razón. Su
manera de moverse es el de un rey. Anda con un aire noble, calmo, no se asusta
con nada, cuando corre lo hace con cierta dignidad y cuando para no lo hace
jadeante.
Sin
embargo, la gallina es una miseria como falta de nobleza. Ridícula su forma de
correr, ridículo su modo de cacarear, corre de manera despavorida, los gusanos
asquerosos que encuentra en la tierra los devora con gula y gusto glotón. La
gallina sólo tiene un lado noble, el amor materno con que defiende, incluso
arriesgando la vida, cualquiera de sus polluelos. Bajo ese aspecto el propio
Hombre Dios se dignó compararse con ella cuando dijo: ¡Jerusalén, Jerusalén…
cuantas veces quise reunir tus hijos como la gallina recoge los polluelos bajo
sus alas, pero no quisiste!
Los
animales que Dios hizo para la convivencia con el hombre son precisamente
aquellos en que la rudeza natural está velada por apariencias bellas o hasta
espléndidas. Pájaros de plumas brillantes o canto armonioso, gatos de actitudes
elegantes y pelo sedoso, perros de noble porte o aspecto imponente, peces que
despliegan velos graciosos en la placidez de sus acuarios. Son ellos factores
de belleza, distracción y reposo en nuestra existencia diaria.
Es
porque Dios respeta la nobleza del hombre que, en los animales destinados a su
convivencia, quiso velar con esas apariencias magníficas la rudeza natural de
todo ser no espiritual. Notoriamente son esas criaturas como flores del reino
animal, hechas para nuestro hogar como las flores del reino vegetal. Y según
las reglas de una buena tradición, hay formas ordenadas para que un hombre
aprecie las bellas flores y conviva con los bellos animales, sin pasar de la
justa medida, dedicando a esos seres un afecto o concediéndoles una intimidad
que sólo a las criaturas humanas se debe dar.
Los
animales pueden, por lo tanto, tener su lugar en una sensibilidad cristiana
bien formada. Pero hay límites. No se debe dar a los perros el pan destinado a
los hijos advierte Nuestro Señor, ni darles perlas a los cerdos. Es lo que hace
quien, llevado por un desequilibrado sentimentalismo de fondo igualitario,
concede a los animales cariños e intimidades que el orden de la Providencia
reservó para las relaciones entre seres humanos.