ABRAHAM


 

ABRAHAM – 01/10/2024

Los hijos de Noé se establecieron al sur de Mesopotamia, pero en poco tiempo sus familias se volvieron tan numerosas que fueron obligados a establecerse en otros países. Antes de separarse, decidieron levantar un monumento de su poder: “¡Vamos a edificar una torre cuya cima alcance el cielo!”. Y se pusieron manos a la obra. El edificio ya se erguía a gran altura, cuando Dios decidió humillar su orgullo poniendo entre ellos tal diversidad de lenguas que no se volvieron a entender siendo obligados a desistir de la empresa y separarse. La torre, dejada incompleta, se llamó Babel, palabra hebrea que significa confusión.

Así dispersos, los hombres se apartaron pronto de las tradiciones primitivas, a las cuales mezclaron fábulas. Engañados por las pasiones, tributaron honores divinos al sol, a estatuas inanimadas, etc. La idolatría se generalizó. Entretanto, la sucesión de los patriarcas se mantuvo en la descendencia de Sem, y con ella el conocimiento y la práctica de la verdadera religión.

Quiso Dios atajar los progresos de la idolatría y de la corrupción, que de nuevo iban esparciéndose sobre la Tierra. Para eso resolvió formar un pueblo en cuyo seno, por designio providencial, se conservaría el culto verdadero y se prepararía la venida del Mesías. Escogió a Abraham para ser el padre y jefe de ese pueblo privilegiado. El pueblo de Dios se llamó primero pueblo hebreo, del nombre Heber, uno de los antepasados de Abraham, pero en seguida paso a llamarse pueblo israelita, pues un ángel le dio el nombre de Israel a Jacob, y al final, después del cautiverio de Babilonia, fue habitualmente designado por el nombre de pueblo judío, palabra derivada de Judá.

Abraham era hombre justo, descendiente de Sem, hijo de Noé. Nunca abandonó el culto al verdadero Dios. Se le apareció el Señor y le dijo: “Sal de tu país, deja tu familia y ven a la tierra que te mostraré. Yo te haré padre de un gran pueblo, y en ti han de ser bendecidas todas las naciones de la Tierra”. Estas últimas palabras se refieren al Redentor del mundo, que debía nacer de la raza de Abraham.

Así es que Dios prometió a Abraham tener descendencia a pesar de contar 75 años y su mujer haber sido estéril toda la vida. Pero pasaron 10 años y seguían sin tener hijos por lo que Sara desconfiando de la palabra de Dios le sugirió tener uno con su esclava egipcia Agar. Abraham escuchó el consejo de Sara y aceptó esa relación adúltera con quien no era del linaje escogido y, desconfiando él también, engendró un hijo espurio con esa mujer pagana. El ángel de Yahvé dijo a Agar: Has concebido y darás a luz un hijo al que llamarás Ismael, será como un asno salvaje, su mano contra todos y la mano de todos contra él.

Abraham acabó despidiendo a la esclava egipcia Agar y a su hijo Ismael, que es el progenitor de los pueblos árabes, como se ve en el cuadro de Metsu.

El hijo de Abraham y Sara fue Isaac, que después de la muerte de su padre, recibió también la promesa de que “todas las naciones de la Tierra serían bendecidas en Aquél que de él saliese. Su posteridad sería tan numerosa como las estrellas del cielo, y había de poseer un día el país de Canaán”.

Isaac tuvo dos hijos: Esaú y Jacob. Esaú vendió a Jacob su derecho de primogenitura con el cual quedaba instituido jefe de la familia patriarcal y heredero de las promesas divinas hechas a Abraham.