VIGÉE –
03/04/2025
En el cuadro
vemos el autorretrato de Élisabeth Vigée Lebrun que a los doce años ya era una
extraordinaria pintora. A los quince, era una demandada retratista de la
nobleza y a los 23 se convertía en la pintora favorita de la reina María
Antonieta. Su vida fue siempre una aventura recorriendo el mundo y siendo
aclamada en 16 academias internacionales, de Florencia, Roma, Bolonia, San
Petersburgo y Berlín. En total, se le contabilizan unas 900 obras, 700 de ellas
retratos.
La artista
nacía en París el año 1755 en el seno de una familia humilde. Su padre, pintor,
fue su primer maestro, pero falleció cuando tenía doce años debido a una
sospechosa negligencia médica en una operación. En ese momento ya es una
experta retratista y no para de pintar a su madre y hermano. Pronto su talento
llamará la atención de la nobleza que vendrán divertidos a que les pinte la
niña de dones extraordinarios. A los 16 años ya es el sustento principal de su
familia. Su éxito es tal que las autoridades le cierran su recién estrenado
estudio porque aseguran que no está afiliada a ninguna academia y así no puede
ejercer como pintora. Era la mafia funcionando ya en la época.
La adolescente
sabe lo que quiere, es alta, atractiva, con unos adictivos ojos azules y un
encanto que le hacen ser una presencia grata en todos los salones. Ella lo sabe
y potencia sus virtudes. Cada día tiene más encargos y el siguiente paso será
que le llamen desde el palacio de Versalles. Sus ansias de vivir le servirán de
motivación para no resignarse a una acomodada vida burguesa y aspirar a lo que
era raro en una mujer pintora, la admiración y aplauso generalizados.
La reina María
Antonieta quedó convencida de sus dotes desde el primer retrato que le hizo. A
partir de entonces pintará a toda su familia y será la gran protegida de su
amiga. En total, le pintó 35 retratos, algunos de ellos muchos años después de
morir la reina.
Con el
estallido de la revolución huye a Italia primero y a San Petersburgo después,
donde seguirá pintando a la nobleza europea. “No quise saber nada de los
periódicos, ya que dejé de leerlos desde el día que hui de Francia al inicio de
la revolución. La última vez que abrí la hoja de un diario me encontré con los
nombres de nueve conocidos a los que habían guillotinado y prometí que nunca
más lo haría”, escribe en sus memorias.
Es una
trabajadora incansable que si no tiene a nadie a quien pintar decide ponerse
frente al espejo y crear una imagen de ella pintando. No sólo utiliza el óleo,
también el carboncillo y la tinta. Su capacidad de pintar a la mujer y mostrar
lo que ella ve es fascinante. Sólo en uno de cada seis retratos figuran
hombres.
Su particular
forma de elegir los colores hacen que sus cuadros tengan un sello propio. David
e Ingres la admiran y la respetan tratándola como una igual. Algunos la
comparan ya en sus primeros años con Antón van Dick.
Fue la mejor
retratista del siglo XVIII.
larazon.es