BERNARDO


 

BERNARDO – 21/08/2025

Hay una carta de San Bernardo de Claraval, doctor de la Iglesia, reputado uno de los mayores doctores de su tiempo, en la que apela a los franceses y alemanes para ir a la Segunda Cruzada. En la imagen predicando la Cruzada en Vezelay en 1146.

La gran oratoria del gran San Bernardo entra en choque con el sistema literario moderno en dos puntos.

En cuanto al fondo de su estilo que pide una falsa serenidad. Los oradores deben hablar fríamente, deben fingir una especie de neutralidad respecto al tema que están tratando y deben fingir que hacen un juicio imparcial sobre él. De lo contrario, no agradan y se tiene la impresión de que son sospechosos.

En cuanto a la forma, la oratoria moderna recomienda frases breves. La pereza hace que a la gente sólo le guste seguir frases breves en lugar de largas. Ahora, las frases largas tienen un mérito especial porque si cada pensamiento es como una piedra preciosa, una larga concatenación de pensamientos es evidentemente más bella que pensamientos sueltos. Una frase en que una serie de pensamientos se disponen artísticamente unos entrelazados con otros, es mucho más rica en valor literario que una especie de picadillo de frases.

En la primera parte de su exposición muestra que los mahometanos son adversarios de los cristianos y a causa de eso Tierra Santa está corriendo peligro. Da numerosos argumentos, pero sumariamente comienza por decir que hay una ofensa a Dios ya que fue allí donde el Verbo de Dios se hizo carne y allí transcurrió toda su vida, volviéndose por eso sagrada, y el hecho de caer en manos de los adversarios constituye una ofensa a Él. Así, cada episodio de su Vida, Pasión, Muerte y Resurrección por sí sólo bastaría para hacer maldito a quien fuese enemigo de Nuestro Señor y pretendiese conquistar Tierra Santa.

Después muestra que los mahometanos son salvajes y que destruyen los lugares donde entran. De manera que las reliquias del tiempo de Nuestro Señor están amenazadas de destrucción. Se ve como el pensamiento se establece con lógica. Esa tierra sagrada no corre riesgo apenas de una ocupación sacrílega, sino de una destrucción sacrílega de los monumentos. Luego, la ofensa contra Dios es suprema.

A continuación, trata sobre los soldados que van a ir a la Cruzada. Hoy día el orador se presenta optimista con su auditorio, trata de ser “amable” con él, sonreír. Como si todos fuesen concebidos sin pecado original. En cambio, San Bernardo orador desconfiado, conociendo la miseria humana, desconfiaba de que los guerreros no quieran ir al combate y entonces interpela: “¿Qué hacéis, bravos soldados, delante de esto?” Es decir, ¿ante estos acontecimientos, no haréis nada? Vos tenéis muchos pecados, es necesario expiar esos pecados. Esta es una ocasión muy buena: id a Tierra Santa a expiar vuestros pecados. Ese era el sermón de San Bernardo.

Imagínense esto dicho hoy día por la televisión, decirle al público que tiene muchos pecados. No pocos quedarían resentidos. Esto es propio del pecador empedernido. Otrora el poder de la cátedra católica enfrentaba las multitudes como enfrentaba a los reyes y hacía retroceder la demagogia y a los tiranos.

Podemos hacer una transposición a nuestros días de ese sermón muy oportunamente. Porque hoy no se trata “apenas” de liberar Tierra Santa. Nuestro Señor no habría venido al mundo para liberar Tierra Santa. El alma de cualquier persona vale más que Tierra Santa entera. Se puede decir que hoy, de alguna manera, es la salvación de todo el género humano lo que está en juego y durante siglos. ¡Porque lo que se decida en nuestros días lo será por siglos! De esto es de lo que se trata.

Deberíamos pedir y esperar que un soplo del Espíritu Santo recorra la Tierra y que sean muchos los hombres que despierten de su letargo siendo capaces de luchar contra el enemigo ya dispuesto a dar un nuevo último golpe. Nuestra misión es exactamente ser el punto de detonación, la espoleta de esa gran explosión. Debemos decir las palabras, tener los gestos, levantar el estandarte que produzca ese efecto en una hora de aflicción, tal vez para muchos en una hora de desesperación que se aproxima.