PIO X – 20/08/2025
San Pío X en la carta Notre Charge Apostolique afirma que
la Iglesia Católica estaba entonces inmersa en un mundo que tenía una forma de
pensar opuesta a la suya. Era un mundo revolucionario, un mundo con ideas
procedentes del protestantismo, de la revolución francesa, que chocaban con la
concepción que la Iglesia tenía del mundo y de cómo debe ser organizada la
Civilización Cristiana.
Pero también chocaban con la doctrina que la Iglesia
enseña de sí misma. Y que se trataba de una colosal conspiración de herejes,
extendida por todo el mundo, que tenía una organización clandestina. Una
organización que permanecería oculta hasta que fuera lo suficientemente fuerte
como para sacar la cabeza fuera del agua, y empezar a proclamar sus herejías. Era
una verdadera conjura en el seno de la Iglesia Católica.
La doctrina de esta gente consistía en afirmar que Dios
no es una Persona. Dios es una fuerza que existe en la naturaleza y se confunde
con la naturaleza misma. Lo que equivale a decir que no hay Dios, porque si
Dios no es una Persona, no hay Dios. Hay una causa de las cosas, pero una causa
que no piensa, una causa que no reflexiona, una causa que es un impulso o es un
instinto. Eso no es un hombre, eso no es un ser dotado de inteligencia, ¡eso no
es Dios!
O sea, en el fondo, panteístas. Es decir, piensan que
Dios es algo que no se distingue del universo, que está mezclado con el
universo, como por ejemplo la vida existe en las plantas, en los animales, en
los hombres. Pero Dios no es la vida que existe en cada uno, ni la vida que
existe en cada uno es la misma que existe en el otro. Esto es una mentira para
velar el ateísmo.
Como consecuencia, dicen, la Iglesia Católica, toda la
doctrina de la Iglesia Católica, fue mal interpretada, fue la interpretación
errónea de las Escrituras y por lo tanto también del Evangelio. Que bien
interpretado llegaríamos a la conclusión de que el mundo necesitaba someterse a
una reforma completa, que era necesario acabar con los antiguos cultos a
Nuestro Señor Jesucristo, al Padre Eterno, al Divino Espíritu Santo, a Nuestra
Señora, a los santos, a los ángeles. Porque, básicamente, Dios, al ser una fuerza,
existe en todas las religiones, y que todas las religiones son equivalentes: se
pueden mezclar y todas dan lo mismo. Y que da igual que el individuo sea
protestante o católico, budista, taoísta o cualquier otra cosa. Da igual,
porque en el fondo todas las religiones son la misma religión.
Y que esta única religión debía erosionar gradualmente
desde dentro a todas las religiones, y convertirse en una única religión, que
era una religión completamente nueva. Una religión con una moral muy
evolucionada, en la que los preceptos morales serían mucho más fáciles de
cumplir, mucho más agradables: era la inmoralidad transformada en moral.
Y que, por otra parte, la igualdad completa entre los
hombres acabaría con toda jerarquía. Las diferencias de fortuna, de
inteligencia, de posición social, de talento, todo eso debería terminar. Todos
los hombres deben ser completamente iguales a los demás. Y así tendríamos un
mundo futuro, que sería el nuevo mundo de una nueva religión, formando una
República Universal. Ese sería el mundo hacia el que habría que avanzar.
Pero adoptaban una técnica. Decían, enseña San Pío X, que
si lo declaraban de forma ostentosa a todo el mundo, evidentemente provocaría
una revuelta. Y que esta revuelta les perjudicaba. Así que debían proclamar
esto, y enseñarlo, sólo a personas que ellos vieran que se dejaban engañar
fácilmente por el cuento. A los otros, no. Deberían ir poco a poco presentando
figuras deformadas de la Iglesia Católica, cada vez menos parecidas con la
doctrina tradicional, y más con la nueva doctrina. ¡Y que los principales
artífices de ello tenían que ser los propios sacerdotes!
Los sacerdotes ganados por esta nueva religión deberían
continuar ejerciendo el sacerdocio en la antigua religión. Y aprovechando su
prestigio como sacerdotes para enseñar estas cosas equivocadas. Y, de esa
manera, llegaría un momento en que toda la Iglesia estaría transformada.
Hablaban de un gran concilio que proclamaría entonces la
nueva religión. Y la Iglesia Católica estaría acabada.
Eso formaba una sociedad secreta, que se veía obligada a
mantener esta doctrina en secreto entre sus miembros. Y formar una ayuda mutua
de tal manera que cuando uno de esa sociedad escribiera un libro, todos lo
elogiasen porque el libro favorecía esa doctrina. Cuando, por el contrario,
otro escribiese un libro contra esa doctrina, ellos le harían el vacío.
En los periódicos y las revistas que dirigían, deberían
hacer silencio sobre el bien, silencio sobre los ataques contra ellos. Y sólo
hablar de forma velada, pero cada vez menos velada, de la nueva doctrina, de la
nueva religión.
San Pío X dijo que era la peor herejía de todos los
siglos. Porque, como ya hemos dicho, ellos tramaban la ruina de la Iglesia, no
desde fuera, sino desde dentro.