MEDIANERA

 

MEDIANERA - 07/11/2025

En esta época de confusión, de aflicciones y de peligros, nuestras oraciones se hacen más apremiantes.     

Y, con esto, se vuelve más importante también el que sepamos rezar bien.

Pocas verdades de la fe concurren de un modo tan poderoso para valorar nuestras oraciones, cuanto la Mediación Universal de María, si la estudiamos seriamente y hacemos que cale a fondo en nuestra vida de piedad.

La Teología enseña que todas las gracias que nos vienen de Dios pasan siempre por las manos de María, de tal manera que nada obtendremos de Él, si María no se asocia a nuestra oración, y todas las gracias que recibimos las debemos siempre a la intercesión de María.

Así, la Madre de Dios es el canal de todas las oraciones que llegan hasta su Divino Hijo y el camino de todas las gracias que Este otorga a los hombres.

Evidentemente, esta verdad supone que en todas las oraciones que hagamos, pidamos explícitamente a Nuestra Señora que nos apoye. Esta práctica sería sumamente loable. Pero, aunque no invoquemos declaradamente la intercesión de Nuestra Señora podemos estar seguros de que seremos atendidos porque Ella reza con nosotros, y por nosotros.

De ahí se saca una conclusión sumamente consoladora. No podemos confiar en nuestros méritos. Si tuviésemos que confiar solamente en nuestros méritos, ¿Cómo podríamos confiar en la eficacia de nuestra oración?

Se cuenta que cierta vez, Nuestro Señor se apareció a Santa Teresa trayendo en las manos unas uvas maravillosas. Preguntó la santa al Divino Maestro qué significaban las uvas, y El respondió que eran una imagen del alma de ella. Miró entonces la santa detenidamente a las frutas y en la medida en que las examinaba, su primera impresión, que fue magnífica, se deshacía, y daba lugar a una impresión cada vez más triste. Llenas de manchas y de defectos, las uvas acabaron por parecer repugnantes a la gran santa. Ella comprendió entonces el alto significado de la visión. Incluso las almas más perfectas tienen manchas, cuando son atentamente examinadas. Y ¿Cuáles son las manchas que pueden pasar desapercibidas a la mirada penetrante de Dios?

Por eso tenía mucha razón el salmista cuanto exclamaba: Señor, si os fijaseis en nuestras iniquidades, ¿Quién se sustentará en vuestra presencia?

Y, si no hay nadie que no presente manchas a los ojos de Dios, ¿Quién puede esperar con plena seguridad ser atendido en sus oraciones?

Por otro lado, Dios quiere que nuestras oraciones sean confiadas.

No desea que nos presentemos ante su trono como esclavos que se aproximan con miedo de un temible señor, sino como hijos que se acercan a un padre infinitamente generoso y bueno.

Esa confianza es incluso una de las condiciones de la eficacia de nuestras oraciones. Pero ¿Cómo tendremos confianza, si, mirando en nuestro interior, sentimos que nos faltan las razones para confiar? Y si no tenemos confianza, ¿Cómo esperamos ser atendidos?

De las tristezas de esta reflexión nos saca, triunfalmente, la doctrina de la Mediación Universal de María.

De hecho, nuestros méritos son mínimos, y nuestras culpas grandes, pero, lo que por nosotros mismos no podemos alcanzar, tenemos el derecho de esperar que las oraciones de la Señora de todos los Pueblos lo alcance.