EDADES


 

EDADES – 19/11/2025

El niño sueña con lo maravilloso, es flaco, débil, pequeñito, pero es puro. Entonces, lo puro y lo maravilloso son propios del niño.

Un buen niño tiene una apertura de alma por la cual es muy poco interesado. Es desinteresado, vanidoso, afable, con facilidad da lo que tiene. Hace pequeños dibujos que intenta dar a los otros. Tiene un sentido de la admiración muy grande con relación a los mayores. Tiende a verlos por sus mejores aspectos y se encanta con esos aspectos. Se mueve por el principio de que la vida es un bien y de que vale la pena vivir porque es algo grande. Aunque tenga sufrimientos, todo al final tiene su explicación, y es verdadera. ¡El aborto es la nada!

De ahí resulta esa especie de optimismo que caracteriza al niño. Está lleno de esperanza, cree con facilidad lo que le cuentan, y esta todo predispuesto a entregarse, para servir, para admirar.

A causa de las gracias del bautismo, la infancia es un apogeo. Se trata de saber si la vida del hombre crece de apogeo en apogeo, hasta la ancianidad, o si tiene “desapogeos” …

Luego viene el joven. Puro, quizás ya no, pero es idealista, fuerte, romántico, amoroso. Las malas tendencias entran con lo romántico y lo amoroso.

Después comienza la madurez. Con ella se pierde el idealismo y el ímpetu. La fuerza es una fuerza de estabilidad, de fijación. La persona ve la realidad más concreta, manda, gobierna. No tiene ya la fuerza de un soldado de vanguardia, pero tiene el vigor de un general.

Más tarde llega la ancianidad. Es otra forma de sabiduría. O lo contrario. Si es mal llevada, puede ser lo opuesto: nada es nada, soy todo egoísmo, me quedo sin dientes, mi cabeza está sin ideas, mis ojos sin luz y mis oídos sin sonido.

Es la trayectoria de una vida. No es una lucha de clases de una época de la vida contra otra, las edades no se oponen, sino que se suman.

En la foto María Clotilde de Saboya, insigne no sólo por su nacimiento y por su alta distinción personal, sino también por su virtud. Por la nobleza de su porte, representa el tipo característico de dama cristiana del siglo diecinueve, toda hecha para la vida de sacrificio, principalmente en el hogar, para las grandes dedicaciones de madre y de esposa según el espíritu de la Iglesia. A pesar de ser muy femenina, se refleja en todo su ser una firmeza notable, que no excluye una gran bondad.