CAMPO

 

CAMPO – 26/03/2025

Son las seis de la tarde. El trabajo del día está terminado. La noble tranquilidad de la atmósfera envuelve la amplitud del campo, trayendo reposo y recogimiento. Un crepúsculo dorado transforma la naturaleza, haciendo brillar en todo un reflejo remoto y suave de la indescriptible majestad de Dios.

El toque de campana del Ángelus se oye, amortiguado por la distancia. Es la voz cristalina y maternal de la Iglesia, invitando a la oración. Los campesinos rezan. Son dos jóvenes cuyo físico manifiesta salud y un hábito arraigado del trabajo manual. Sus vestimentas son rústicas. Pero transmiten la pureza, elevación y delicadeza natural de las almas profundamente cristianas.

Su modesta condición social es, por decirlo de algún modo, transfigurada e iluminada por su piedad que infunde respeto y simpatía. En sus almas, los espléndidos rayos dorados del sol se reflejan, de este sol mucho más alto que cualquier otro: la gracia de Dios. Verdaderamente, es la belleza de alma el centro del cuadro, el punto más alto de la emoción estética. El campo es bonito, pero apenas sirve de telón de fondo para la manifestación de la belleza de esas almas unidas en oración por el Hijo de Dios.

Nada en esos campesinos indica inquietud o malestar. Están totalmente de acuerdo con su posición en la vida, su profesión, su clase. ¿Qué otra dignidad o felicidad esos esposos podrían desear?

Millet reunió admirablemente en su lienzo los elementos necesarios para entender la dignidad del trabajo manual en la atmósfera plácida y feliz de la verdadera virtud cristiana.

No todos los momentos de la vida en el campo son así. Él captó un momento culminante de belleza material y moral. Su obra tiene el mérito de enseñar a ver, en medio de la rutina de la vida rural, un destello genuino y frecuente de esa fisonomía católica de personas y cosas en un ambiente verdaderamente animado por la santa Iglesia.

El estado de espíritu de Millet, que comunica a quienes contemplan su obra prima, está completamente vuelto hacia Dios y hacía el reflejo de la belleza espiritual y material que Él proyecta en la creación. Para que la crítica psicológica sea exacta, se debe apenas deplorar un cierto exceso de sentimentalismo.

¿Se podría hacer el mismo elogio del cuadro de Yves Alix, inspirado también en la vida de los campos, y que tituló Señor de las Cosechas?

El autor no percibió, no sintió, no aceptó en su visión del trabajo agrícola nada de lo que le hace digno de ser practicado por un hijo de Dios.

En este cuadro no fue el espíritu el que dominó la materia y la ennobleció: fue la materia la que penetró en el espíritu y lo degradó. En esos cuerpos el trabajo material imprimió una brutalidad facinerosa. Las fisonomías exhalan un estado de espíritu que hace pensar en la taberna y el campo de concentración. Si los personajes del segundo plano no pareciesen tan endurecidos y fuesen capaces de llorar, sus lágrimas serían de hiel, si fuesen capaces de gemir, sus gemidos serían como el sonido de engranajes. La tristeza, la maldad, la cacofonía de los colores, de las formas y de las almas se hace patente en el gesto del personaje principal. No se sabe bien qué es lo que exclama, si una amenaza o una blasfemia.

Yves Alix reunió, exageró y deformó hasta el delirio los aspectos por los que el trabajo es una expiación y un sufrimiento, y la Tierra un exilio, expresó con una fidelidad meticulosa y como que entusiasmada, lo que en el alma humana hay de más atroz y más bajo, para presentar el conjunto como aspecto real y normal de la vida cotidiana, espiritual y profesional del trabajador.

Y por esto, mientras que de la obra de Millet se eleva una oración, de la pesadilla de Alix se desprende el aliento de la Revolución.

Si Dios permitiese a los ángeles embellecer la Tierra y la vida, ellos lo harían en el sentido de hacer más frecuentes, más durables y más bonitos los aspectos que Millet procuró observar y reunir. Si permitiese a los demonios desfigurar los hombres y la creación, formarían en el alma y en el cuerpo, y en los aspectos de las cosas, personajes y ambientes como los del cuadro de Yves Alix.