STALIN

 

STALIN – 06/03/2025

Hoy en lugar de comentar el santo del día comentaremos lo que casi se podría llamar el demonio del día, ya que ayer fue el aniversario de la muerte de Stalin, responsable de la muerte de más de un millón de personas.

Su hija Svetlana contó que su respiración se hacía cada vez más jadeante. En las últimas doce horas quedó claro que la falta de oxígeno crecía. La cara oscurecida se alteraba gradualmente, sus rasgos se hacían irreconocibles, los labios se volvían negros. En la última hora se fue sofocando. ¡Agonía espantosa! Era estrangulado bajo la mirada de todos. En el último minuto, de repente, abrió los ojos y miró a todos los que estaban a su alrededor. ¡Fue una mirada terrible! Quizás loco, o lleno de terror, ante la muerte y los rostros desconocidos de los médicos que le atendían. En ese momento irguió inesperadamente el brazo izquierdo apuntando hacia arriba, como amenazando a todos, y expiró. 

Se puede imaginar la vastitud del Kremlin, misteriosa fortaleza en pleno Moscú, toda amurallada, dentro un drama más se desenvuelve, esta vez la muerte del dictador. El juego inevitable de la enfermedad o del envenenamiento que llega a su paroxismo y que produce la dilaceración: el alma separándose del cuerpo. Él impotente, pero su organismo lucha contra la muerte.

Se ve que muere lejos de la gracia de Dios. No hay nada que manifieste la idea de religión. Toda su vida fue la de un ateo propugnador del ateísmo y que muere con odio, desesperado. No había hecho en la vida más que gobernar con el terror, en cierto momento se da cuenta que quizás había sido envenenado víctima de una conspiración, sintiéndose confusamente derrotado, movido por el odio, abre los ojos, intenta reaccionar levantando el brazo amenazante. A continuación, Dios llama su alma para ser juzgada. El brazo cae y ya no es más que un cadáver…

Para quien sabe interpretar esas escenas con ojos de fe, solo queda decir: ¡es la victoria de Dios!

En ese momento extremo se ve la inutilidad de la rebelión, del ateísmo, del odio, porque Dios venció completamente, compareció ante el juicio divino como cualquier otro, él que bajo algunos aspectos era un gigante.

Una persona llena de odio a Dios al comparecer ante Él siente el odio de su Creador, lo cual es incomparablemente más terrible que morir. Juzgada, cae en los tormentos eternos del Infierno. De una sala del Kremlin, del alto poder, a la destrucción de todo poder y aniquilación completa. La última blasfemia, el supremo acto de odio, inmediatamente después el castigo. Está arrasado y acabado. Así termina el poder de los que desafían a Dios, Nuestro Señor.

 

CENIZA


 

CENIZA – 05/03/2025

El hombre en la Antigüedad, así como en la Edad Media, al igual que todos los que después tuvieron verdadera fe, poseían una profunda noción de la gravedad del pecado.

Quien que no se toma en serio a sí mismo, no es nada, no vale nada. Lo normal es tomarse en serio a sí mismo, es el primer paso para ser algo.

Sería un despropósito o una blasfemia preguntar si Dios se toma en serio a sí mismo. Como Él se ama infinitamente a sí mismo, también se toma infinitamente en serio.

El resultado es que cuando dice a los hombres que una actitud es pecado, y practicándolo se rompe con Él, uno se vuelve su enemigo y Él se vuelve nuestro enemigo. Él toma el asunto con infinita seriedad. Si Dios no fuese así de serio se podría preguntar si Dios existe.

Es con esa seriedad que Él acompaña las acciones de los hombres. Es con esa seriedad infinita, irradiación de su propia Sabiduría y Santidad, que contempla la seriedad con que estas palabras son escritas y son leídas.

Todo es inmensamente serio en la presencia de Dios y por tanto el pecado es profundamente serio, execrable, gravísimo. Quien lo comete rompe con Dios y está en la más miserable de las situaciones.

Así es que en el ceremonial del Miércoles de Ceniza desde el fondo de la iglesia venía el cortejo de los pecadores públicos cantando el salmo Miserere mei Deus, secundum magnam misericordiam tuam, et secundum multitudinem miserationem tuarum, dele iniquitatem meam, etcétera. Tened compasión de mí, oh Dios, según Vuestra gran misericordia, y según la multitud de Vuestras bondades, borrar mis faltas, etcétera.

Se comprende lo adecuadas que son cada una de esas palabras, ya que preparan el espíritu de la persona para una profunda compenetración de su pecado, pero también para una confianza enorme de que Dios le perdonará. Los primeros salmos no hablan directamente de la confianza, sino que se tiene la impresión de que el sol de la confianza se va levantando a medida que los salmos se suceden y en el último es una explosión de confianza: ¡Vos me salvareis, oh Dios! Es que la gracia habló en el interior del alma y acabó dándole la certeza de que le salvará. ¡Qué alegría maravillosa! Es el comienzo de la Cuaresma. La persona quiere hacer penitencia, quiere sufrir para expiar el pecado que cometió. Y por eso se aproxima al sacerdote, inclinado, arrodillado delante del sacerdote que le pone la ceniza sobre la frente haciendo una cruz mientras dice: Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás. Es decir, ¡cuidado, que la muerte ronda a tu alrededor! Dios es infinitamente bueno, es verdad, pero también es infinitamente justo. Abra los ojos, marche y haga penitencia. 

 

EUROPA


 

EUROPA – 04/03/2025

A propósito de la encrucijada en que se encuentra Europa aportamos una reflexión para poder estar a la altura de las circunstancias históricas que nos tocan vivir.

El espíritu de caballería es sobre todo una forma de ser, una mentalidad que se manifiesta principalmente en el combate, pero también en la actitud de un hombre durante toda la vida, en todo. Es un espíritu de lógica, de coherencia, de fuerza de alma por la cual el hombre tiene una noción exacta de su dignidad. Su dignidad de hombre y de su dignidad como católico. Su dignidad como teniendo en la escala de valores humanos una cierta situación que tiene que hacer respetar. Lo propio del espíritu de caballería es este orden jerárquico, este orden de valentía, de una buena adecuación de las cosas, el caballero lo ama de un modo combativo. De modo que no soporta ninguna forma de violación de este orden, sin que esté dispuesto a intervenir con la fuerza y a poner los puntos sobre las íes, pero de acuerdo con el sentido común, de acuerdo a la forma correcta de las cosas. Por esto, el hombre es un caballero en el salón cuando se comporta con amabilidad, pero con distinción, haciendo entender que con él no se juega. El caballero es serio, el caballero no es juguetón. Habitualmente es serio, es amable, pero no bromea y con él no se juega. Y la gente comprende que tiene que ser respetado. No quiere ser respetado más de lo que vale, pero tampoco quiere ser respetado menos de lo que vale. Tiene el ojo vigilante sobre esta línea de respeto, y el pie que la transgreda, aunque sea una señora, sabrá hacerle una reverencia y después decir lo que tiene que decir. Estas son actitudes que indican mucha profundidad de alma, porque el alma para entender bien todo esto y proceder de esta manera tiene que ser muy profunda. Muy profunda no significa necesariamente muy inteligente, el caballero no es necesariamente un filósofo, pero tiene una visión clara y profunda de las cosas, por lo que se da cuenta de que esto es así, entonces la consecuencia es tal o cual. Es muy lógico, muy coherente y muy fuerte. No tiene miedo de las consecuencias, las saca todas para sí mismo y para los demás, a toda costa y, en cualquier caso. Por esto el caballero ama la sublimidad. Le gusta pensar en las cosas que ve en su aspecto más elevado, prefiere las cosas serias, elevadas y nobles a las cosas ordinarias, comunes, sin importancia. Colocado, por ejemplo, ante un gran monumento, trata de comprender la sublimidad de ese monumento. Situado frente a la torre de una iglesia, busca la sublimidad de esa torre. Situado frente a una armadura medieval, trata de ver la sublimidad de esa armadura, porque toda su alma está vuelta hacia la adoración y, por tanto, vuelta hacia el gusto de todo lo que es elevado, sublime, y al desprecio de todo lo que es banal, lugar común, que no tiene importancia real. Estos son algunos trazos del alma del caballero que explican su valentía. Porque un hombre sólo tiene el coraje de sacrificar su vida, o quedar inválido el resto de su vida, si comprende bien el alto fin por el cual está actuando y es capaz de un amor continuo y eficiente hacia ese fin. Si no, no será valiente a la hora del combate.

 

 

 

DIPLOMÁTICO


 

DIPLOMÁTICO – 03/03/2025

En contraste con la infamia ocurrida en el despacho oval de la Casa Blanca durante la emboscada tendida al heroico presidente Zelensky por el agente de la KGB Krasnov, alias Trump, y sus secuaces, focalizamos hoy al cardenal Merry del Val que pasó a la historia por ser el secretario de Estado de San Pío X.

Porte varonil, de una fuerza llena de armonía y proporción, en que el vigor del cuerpo es como penetrado y embebido por la presencia fuerte y luminosa de una gran alma. Trazos fisonómicos muy definidos, pero igualmente proporcionados. Llama la atención la mirada profunda, seria, serena, pensativa, grave y suave a la vez. Es una mirada de pensador y de hombre de acción. Pensador que ve las cosas desde lo más alto de las cumbres de la filosofía y de la teología. Hombre de acción que tiene las vistas muy puestas en la realidad, que sabe ver a fondo a las personas, las cosas, los hechos. Una nota de melancolía en la mirada, un algo de firme y enérgico en los labios, la actitud noble y altiva en toda su persona, las manos que parecen hechas para el mando, muestran en este hombre extraordinario un luchador que no tiene ilusiones sobre el mundo, tomó definitivamente posición ante él, y está listo para todos los embates que la vida le presente. Todo aparece iluminado por una sutil expresión y una aristocrática afabilidad que dejan entrever al hidalgo y al diplomático.

Era hijo del Marqués Merry del Val y de la Condesa de Zulueta, en sus venas corría sangre ilustre de España, Inglaterra y Holanda. Consagrándose al servicio de la Iglesia no perdió nada de sus dotes naturales, sino que los elevó. Porque lo propio de la gracia es no destruir la naturaleza, sino elevarla y santificarla. Su sabiduría profunda brotaba de una fe ardiente, de una piedad admirable. Su fuerza era la expresión de un temperamento sobrenatural. Su dignidad era fruto de una alta conciencia del respeto que se debía a sí mismo por tantas razones naturales y principalmente sobrenaturales.

Autor de la famosa letanía de la humildad es una muestra de que la altivez cristiana no es lo contrario de la humildad sino su complemento armónico. En una época en que el viento de vileza comenzaba a soplar, procurando hacer mediocre el sacerdocio, preconizando un tipo de clérigo de apariencia mezquina, vulgarizado, secularizado, de acuerdo a la demagogia reinante, su noble figura se presenta como un admirable modelo de dignidad sobrenatural, que nos hace entender bien la dignidad inefable del sacerdote en la Iglesia de Dios. Dignidad ésta que puede refulgir tanto en un prelado como Rafael Merry del Val como en el más modesto párroco de aldea.

En el corazón verdadera y sobrenaturalmente católico, la más alta dignidad coexiste con la más profunda humildad, imitación de aquel Corazón Sagrado que a la vez es manso, humilde, y de una infinita majestad.