JAVIER –
03/12/2024
Hoy es la
fiesta de San Francisco Javier, nacido de familia noble, apóstol de las Indias
y del Japón, patrono de las misiones.
En su biografía
Daurignac transcribe una carta suya dirigida al rey de Portugal Juan III que
poseía importantes tierras en la India, en dirección a Macao y cerca de China,
donde él ordenaba a sus vasallos que hiciesen todo lo posible para promover la
fe.
No obstante,
Francisco Javier que ejercía allí su apostolado, verificaba que eso no ocurría
y que aquellos hombres conspiraban para impedir que la fe católica se
propagase. Muy probablemente serían cúpulas podridas oponiéndose a los
designios del rey con una acción subrepticia, oculta, camuflada.
Entonces le
escribe reprochándole que manda órdenes, pero no se encarga de castigar su
desobediencia. No basta mandar, es necesario castigar a quien desobedece,
porque si no las órdenes solas son una veleidad sin valor, que no podrá alegar
ante Dios el día del juicio. Tiene obligación de castigar la desobediencia,
máxime que cuando la recaudación de impuestos no va bien él castiga. Castiga la
mala recaudación de impuestos y no castiga la conspiración contra la religión
porque ama más los bienes materiales que la religión. Le pregunta qué alegará
cuando Dios le llame a juicio. Acordaos que Él os puede llamar a cualquier
momento, sin más posibilidad de enmienda. Una grave enfermedad, un accidente,
un atentado, cualquier cosa que ponga fin a vuestra vida. El rey morirá
irremisiblemente y enseguida comparecerá ante Dios. ¿Qué le dirá a Dios sobre
el uso que hizo de su poder?
El desempeño
del poder debe ser antes al servicio de la fe que del dinero y no hay uso
efectivo del poder de quien manda y después no castiga a quien desobedece. Esos
son los dos grandes principios que están subyacentes en la carta en virtud de
los cuales se dirige al rey.
Nótese con qué
libertad un gran santo se dirige a un gran rey, uno de los potentados de la
Tierra en aquel tiempo y cómo el empleo del mandato apostólico lleva a la
persona a tener una franqueza, a tener un denuedo que antiguamente tenía un
bonito nombre. Al referirse a esa franqueza desagradable utilizada por los que
hablaban en nombre de Dios, se decía “franqueza apostólica”.
Es la franqueza
del apóstol, la franqueza de quien representa a Dios y tiene el derecho de
hablar así. Por tanto, tiene el derecho de decir las cosas más desagradables y
tiene el derecho de ser oído. Con eso las brasas estaban encendidas sobre la
cabeza del rey y cuando muriese tendría que prestar cuentas a Dios.
Todo eso es
lógico y es bello, pero todo eso está enmohecido, no por algo intrínseco a sí
mismo sino porque los hombres decayeron de tal manera que no aceptan ya esos
principios y no quieren oír más ese lenguaje. Incluso afirman calumniosamente
que eso es falta de caridad. Ahora, esto es lo que decía una gran santo de la
Iglesia católica, este era el lenguaje de los santos.