POLO – 07/05/2024
La odontóloga colombiana Gloria Polo fue alcanzada por un
rayo mientras paseaba por el campo el 5 de mayo de 1995. Su sobrino que le
acompañaba falleció en el acto. Ella quedó carbonizada, en coma profundo
durante tres días. Los médicos no creían que pudiese sobrevivir, pero pasó
dos meses hospitalizada en la clínica San Pedro Claver de Bogotá y tuvo una
recuperación milagrosa que fue ampliamente divulgada por los medios de
comunicación.
Al despertar ella contó su experiencia al otro lado de la
vida: “¡Dios mío, yo quisiera tener palabras que hagan comprender la maravilla
que experimenté! Cuando me cayó el rayo entré inmediatamente en una luz muy
blanca, llena de amor. ¡Era como un sol muy bello! Sentía una paz, un gozo y
una alegría maravillosas. ¡Qué grande es el amor de Dios! Lo que experimenté
fue el abrazo de Dios Padre. Mientras me encontraba en este estado paradisíaco
vi mi cuerpo carbonizado en el suelo y también el de mi sobrino. Además, vi a
todas las personas del mundo a la vez sin tener que mover la mirada, porque
estaba libre del tiempo y del espacio. Me encontraba dentro de un hermosísimo
túnel con un gozo, una paz y una felicidad que no hay palabras para
describirlo. Llegué a un lugar en que había una felicidad inmensa, donde todo
el mundo estaba vestido de sol y me di cuenta que el vestido que llevaban
estaba hecho con la piel del Cordero de Dios, es decir de las comuniones que
habían recibido a lo largo de sus vidas. Y vi a mi madre, a la que siempre
había considerado una fracasada sin estudios que sólo servía para criar a sus
hijos y trabajar. Pero estaba allí, ¡tan guapa y tan feliz!”.
Gloria no se pudo quedar con su madre y comenzó a
descender en un paseo que poco a poco fue perdiendo encanto: “Había muchísima
gente. La luz fue desapareciendo y empecé a caminar en unos túneles de
tinieblas espantosas que ocasionaban dolor, horror, vergüenza y mal olor.
Sentía un vacío impresionante en mi cuerpo, un abismo inenarrable al fondo,
pero lo más espantoso de ese hueco era que no sentía ni un poco el amor de
Dios, ni una gota de esperanza. Sabía que si entraba ahí mi alma estaba muerta.
En ese horror tan grande, cuando estoy entrando, me cogen de los pies. Fue un
momento muy doloroso y terrorífico. El ateísmo se me quedó en el camino y
empecé a gritar. Me di cuenta de que ahí se encontraban millones de personas,
sobre todo jóvenes y se empezó a escuchar el rechinar de dientes con unos
alaridos y lamentaciones que estremecían. Lo más terrible era la ausencia de
Dios. Entonces grité: ¡Señor perdóname, dame una segunda oportunidad! Ese fue
el momento más bello. Él baja y me saca de ese hueco”.
Vivió como una especie de juicio de toda su vida aquí en
la Tierra y que iba a ser condenada a la muerte eterna, cuando Jesús le dio una
segunda oportunidad, acompañada por una orden: “Esto que has visto y oído no lo
repetirás mil veces, sino mil veces mil. Ay de aquellos que escuchándote no
cambien, porque serán juzgados con mayor severidad como lo serás también tú, o mis
ungidos, porque no hay peor sordo que el que no quiere escuchar, ni peor ciego
que el que no quiere ver”.