MUJER –
30/12/2025
Desgraciadamente,
la sociedad moderna no está organizada en función de los altos valores morales
católicos sino de conceptos hedonistas, es decir, concebir como finalidad de la
vida la búsqueda del placer. Nace así la ambición desenfrenada de ganar dinero
y con ella el deseo de “aprovechar” la vida. Para esto trabajar mucho. Los
hijos son considerados un obstáculo que “roba” el tiempo dedicado a sí mismo,
al gozo de la vida, etcétera.
Además, muchas
veces, debido a exigencias económicas, obliga a la mujer a trabajar fuera del
hogar. Frecuentemente ella es más una víctima que autora de una situación que
no le gusta. Pero en ese caso el trabajo debería ser delicado, que condiga con
la naturaleza femenina, que
diese a la mujer las condiciones de ejercerlo sin extenuarse, que le
proporcionase tiempo también para cuidar del hogar y desvelarse por la prole,
que no le exigiese ausentarse todo el día, que no le obligue a llegar a su casa
agotada de tal modo que no pueda dar la debida atención a sus hijos. La mujer
no tiene vocación para hacer trabajos pesados como cargadora de sacos de
cemento, mecánico o soldado. Y
por eso es tan desagradable ver una mujer dedicada a trabajos cuya rudeza es
incompatible con su delicada naturaleza.
¿Puede haber
ocupación más noble y placentera para una madre que dedicarse a proteger y a
educar a sus hijos, a preservar su inocencia y formarlos en la virtud? ¿Habrá
tiempo mejor empleado?
Pide el orden
natural de las cosas que todos los valores particularmente ricos en gracia y
delicadeza estén al servicio de la mujer pues ellos constituyen lo propio de su
fragilidad, el medio adecuado para que en el alma femenina se expandan las más
nobles cualidades de hija, esposa y madre.
Otro factor,
originado principalmente en el siglo XX, es la urbanización y la
industrialización, que produjeron profundas transformaciones en la institución
familiar, forzando e incentivando la constitución de la llamada familia
nuclear, compuesta sólo por los esposos y uno o dos hijos. Un estilo de vida
muy diferente de la familia patriarcal, de prole numerosa, con muchos parientes
que conviven intensamente, con visitas recíprocas, etcétera. En esta última, la
formación de los niños se daba en una atmósfera de mucha convivencia social.
Desde los abuelos o incluso de los bisabuelos, hasta los primos de diversas
edades. La mujer permanecía en casa, con la noble y elevada misión de madre de
familia, velando por los niños, inculcándoles las primeras nociones de la fe
católica, la admiración por los hechos destacados de los antepasados y cuidando
de las tareas domésticas.
No se ven
movimientos feministas defendiendo esos auténticos derechos sino reivindicando
la equiparación de la mujer al hombre, la liberación de la mujer y el derecho
al trabajo, como si ella pudiese contribuir más a la sociedad siendo
trabajadora que como madre. Esas reivindicaciones serían más propias de un
movimiento para la masculinización de la mujer que a un movimiento feminista.
Esta lucha de las feministas por la igualdad entre hombres y mujeres les
perjudica gravemente. Ese feminismo es una reivindicación antinatural, una
revolución igualitaria contra las desigualdades naturales y complementarias
establecidas por Dios entre los sexos.
