SEGURA


SEGURA – 09/04/2025

El cardenal español Pedro Segura y Sáenz nació en la provincia de Burgos en 1880. Se ordenó sacerdote en 1906 y en 1920 fue nombrado obispo de Coria donde tuvo ocasión de conocer al rey Alfonso XIII cuando le acompañó durante la visita que el monarca realizó a Las Hurdes. Su carácter enérgico impresionó al rey, consiguiendo la creación de un patronato para fomentar el desarrollo de la comarca. Elevado a la púrpura cardenalicia en 1927, la birreta le fue impuesta en una ceremonia ante toda la corte celebrada en el Palacio Real.

En 1931, pocos días después de la proclamación de la República, publicó una contundente pastoral contra el régimen recién establecido, en la que decía que “cuando los enemigos del reinado de Jesucristo avanzan resueltamente, ningún católico puede permanecer inactivo”.

Afirmaba que la causa carlista es la causa de Dios. Se mostró públicamente como el “cardenal de los carlistas”, apoyándolos desde su exilio en Roma, pues sustentaba que España debía rechazar completamente el liberalismo, y que solo el carlismo mantenía los inmutables principios tradicionalistas.

En 1937 fue nombrado cardenal arzobispo de Sevilla donde se caracterizó por su celo en la persecución de las costumbres inmorales hasta su muerte el 8 de abril de 1957.

Al comienzo de los años 50 desengaño al líder católico brasileño Correa de Oliveira de encontrar apoyo eclesiástico en Europa para la Contrarrevolución. 

Observando varias fotos suyas, lo vemos con la bella vestimenta, muy digna, que los eclesiásticos usaban en las celebraciones religiosas. Merece una atención especial su fisonomía para ver su evolución. En la primera, hombre joven, correcto, preservado, pero titubeante ante la vida. Se percibe su rectitud, pero no se imagina que se volvería el futuro león luchador que después fue. En el contacto con los adversarios de la Iglesia, su rectitud de conciencia se fue transformando en heroísmo.

Aquí está saliendo preso del Palacio Episcopal en la que se nota su tranquilidad y su total firmeza. Serio, sin hablar con nadie ni comentar nada. Está preso y el prisionero no se debe comunicar con el carcelero.

En esta otra su fisonomía ya no es indecisa. Es la de un hombre que está sintiendo algo los efectos de los años y de la vida. Su actitud es de quien escruta el horizonte, ve aproximarse un enemigo lejano, pero que es terrible y como que se pregunta: ¿Entonces esa es la lucha a la que me tendré que enfrentar? Está dentro de la neblina del combate que va a tener.

En esta pintura, ya anciano, se nota el peso de la edad, y que el sufrimiento le alcanzó. La firmeza, no obstante, es mayor. Es quien trabó todas las batallas. Se tiene la impresión de un navío que singló tantos mares, que está cansado de navegar, aunque se mantiene animoso y dispuesto a proseguir el combate. Darían ganas de escribir abajo la frase de la Sagrada Escritura: Dolores mortis circumdederunt me, los dolores de la muerte me circundaron. La mirada es pensativa, sobrecargado de previsiones graves, de luchas y de batallas, pero como quien dice: ¡Mientras viva, lucharé!

Que estas consideraciones sirvan de estímulo para que, una vez restaurada la legítima representación de Nuestro Señor en el trono de San Pedro, sea canonizado. Sería un magnífico ejemplo para la Cristiandad y un acto de justicia, además de enseñar cuales son las virtudes propias de un cardenal.