VALORES – 28/03/2025
En los sermones y la literatura católica sobre de la vida
en esta Tierra, los placeres de la vida no ocupan ningún lugar. Sin embargo,
Santo Tomás muestra que el hombre necesita tener un mínimo de placer.
El placer del espíritu es una forma de ver la vida de
todos los días poniendo de relieve los valores del espíritu, haciéndola
interesante, bonita, apacible y agradable.
No se trata de los placeres del cuerpo, o de los placeres
proporcionados por la materia, pues de hecho esos placeres dejan una
frustración. Esta frustración tiene una primera forma, que es cuando la persona
entregándose a ellos, quiere cada vez más y no encuentra la felicidad que
buscaba. En la segunda forma de frustración, la persona comienza a percibir que
aquello es un engaño, que no es como parece a primera vista. La tercera
frustración ocurre cuando la persona se da cuenta de que no está entendiendo nada,
que la vida es medio ininteligible, es vacía. Entonces nace el sentimiento de quien
siente el vacío de espíritu por no comprender.
El placer del espíritu consiste en la consideración de
los objetos amigables que nos rodean, los paisajes cordiales que nos hacen
soñar, los rostros amenos, la sonrisa de un niño, los bellos gestos de las
personas que nos acompañan: generosidad, idealismo, elegancia, indulgencia en
el trato.
En la Edad Media estos placeres religiosos de carácter
moral se difundieron en toda la sociedad civil de Occidente creando un
continente entero que comprendía la felicidad de la vida de todos los días.
Se podría denominar europeización a la comprensión de lo
que Europa tiene de bonito y a la adopción del estado de espíritu del europeo.
No sería una simple apreciación de lo que hay en Europa sino la adquisición de
un modo de ser inspirado en el europeo. Un estado de espíritu elevado opuesto
al prosaísmo de las cosas.
Las tradicionales góndolas de Venecia cuando tienen que
hacer una maniobra para que las embarcaciones no choquen dan un grito medio
cantado y la respuesta del otro gondolero es también otro grito cantado en
lugar de un irritante sonido de bocina.
Los europeos buscan organizar la vida de modo bello, con
valores positivos. En sus casas, por ejemplo, si hay una repisa de ventana
disponible, colocan una maceta con geranios, si hay un jardincito plantan
flores formando geometrías hermosas, habiendo un bello panorama aparecen
artistas para ver, pintar, fotografiar, comentar, se extasían con él y exponen
cuadros con las pinturas. Todo eso va entrando en la cultura del pueblo.
Hay en eso un aspecto religioso, pues las cosas
magníficas de la naturaleza nos fueron dadas por la Providencia para elevarnos
a Dios. Son imágenes de la sublimidad de Él. Evidentemente cerrarse a eso, no
tener el alma abierta en relación a lo sublime, lleva a la gente hacia lo que
es prosaico. Por lo tanto, representa un rechazo a la imagen que Dios puso en
las cosas creadas por Él. Ese cerrarse para los aspectos sublimes de las cosas
representa, sustancialmente, algo antirreligioso.
El gran acierto de la doctrina católica es dar el placer
y el gusto de los valores del espíritu que se encuentran en la vida cotidiana.
León XIII decía que cuando un pueblo pierde el gusto de los placeres simples de
la vida cotidiana cae en la corrupción moral más completa.
Hoy principalmente se buscan placeres de la sensación,
consistentes en sentir y no en comprender. Ahora bien, como el hombre es más
alma que cuerpo, el placer verdadero consiste más en comprender y querer, que
en sentir. El sentir es secundario.
El cuadro del belga Alfred Stevens es característico de
su temática de mujeres jóvenes posando en elegantes interiores, representando
pequeños detalles y telas suntuosas.